Y ahora la pesca, de ricos y pobres
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La rutina de Kramer en Viña no dejó a nadie indiferente, para algunos supuso la vuelta de la épica de la Gran Marcha del 25 de octubre que ya estaba de capa caída, para otros fue un baldazo de agua fría ver al comediante tomando partido de forma tan nítida a favor de la llamada “primera línea”. No soy crítico de humor, por lo tanto, Stefan Kramer dormirá tranquilo si digo que la rutina no me causó mucha gracia y que la parte final, en compañía de su señora esposa, no aportó mucho al espectáculo —debilidad que ya se vio en Stefan v/s Kramer —. El nepotismo ha sido el talón de Aquiles de varios humoristas brillantes, no olvidemos que el resurgir de Bombo Fica fue de la mano con dejar a Bombito abajo del escenario —para el olvido fue su última aparición en Olmué imitando las imitaciones de Kramer— y mejor ni hablemos de Phil Hartman.
Esta vez no me quiero detener en Kramer, sino en las personas que, con cierta desazón, le afearon al cómico el hecho de haber cobrado 150 millones de pesos por su presentación. Aunque podría existir algún doble estándar en combatir la desigualdad y contribuir con ella de forma tan notable, creo que supone una derrota moral considerar a la riqueza como algo malo cuando en circunstancias normales no lo hacemos. Invito a los críticos —y a Stefan, si me llega a leer— a mirar este caso desde una perspectiva alternativa, porque, querámoslo o no, el ejemplo de Kramer es una viva reivindicación del sistema capitalista.
Creo que supone una derrota moral considerar a la riqueza como algo malo cuando en circunstancias normales no lo hacemos.
Solo bajo un sistema donde los precios se determinan por las decisiones de los consumidores es posible que un profesor de Educación Física gane más dinero —muchísimo más dinero— haciendo reír que enseñando los conocimientos que aprendió durante años. Si a esto le sumamos que, además, lo haga a costa de la dignidad de la máxima autoridad del país, podemos ver que el caso Kramer es un resultado de la soberanía de los de abajo —los consumidores— frente a los de arriba. Esto hubiese sido imposible en un sistema que definiera sus prioridades de “arriba hacia abajo”.
¿150 millones de pesos por el talento de Kramer? A decir verdad, hasta lo encuentro poco para el mejor imitador de habla hispana: ni José Mota, ni Joaquín Reyes, ni Martín Bossi —¡para qué hablar de Julio Sabala!— se han acercado a la gracia y profesionalismo del chileno. Lástima que en Miami no se haya valorado tanto como en Chile su oficio. ¡Así es el mercado! No debería ser para nadie un misterio que lo que hoy “la lleva” en Florida, Estados Unidos, son comediantes venezolanos exiliados —George Harris, Luis Chataing, el profesor Briceño, etc.— por razones obvias. Parte del éxito del talentoso comediante se debe a la tradición de grandes imitadores que hicieron del género uno de los favoritos de los chilenos a la hora de reír. Es decir, aunque Stefan Kramer haya superado en versatilidad y talento a Manolo González, Ronco Retes, Lucho Navarro, “Palta” Meléndez, “Charola” Pizarro o a “Jaja” Calderón, sin el camino labrado por ellos —y programas como el Jappening con Ja— difícilmente gozaría de la fama que ahora tiene y merece.
En definitiva, aunque no nos haya gustado su rutina de Viña 2020, sigue siendo de mal gusto valerse de reproches crematísticos habiendo tantos otros de más digna entidad. Párese del fango de la envidia en el que se revuelcan tantos y valore el hecho de vivir en un país donde todavía es posible hacerse rico con talento, trabajo duro y suerte (¡hasta criticando al presidente!). Quizás nos quede poco tiempo.
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