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El iceberg del victimismo Publicado en El Líbero, 09.06.2023

El iceberg del victimismo

imagen autor Autor: Juan Lagos

Imaginémonos el siguiente escenario: una persona se proclama víctima y, en virtud de esta declaración, logra ciertos beneficios o se libera de ciertas de responsabilidades. Esta es la cara más visible del victimismo y cada día tiene más detractores producto de la batalla cultural dada por muchos intelectuales y, por sobre todo, gracias a que la realidad evidencia la terrible injusticia presente en una admisión universitaria por el solo hecho de formar parte de una etnia, en la asunción de un cargo público solo por ser mujer, entre muchas otras situaciones.

Con todo, no deja de ser un grave error el creer que los males del victimismo se reducen a las prebendas que pueden obtener aquellos que en un momento puntual de la historia pueden apelar al estatuto de víctima. Pongo énfasis en lo circunstancial del beneficio porque es perfectamente posible que en cosa de décadas los vientos apunten hacia otros lados. Lionel Shriver en su brillante novela distópica Los Mandible. Una familia: 2029-2047, nos habla de la posibilidad de que cuando los blancos fueran minoría en los Estados Unidos existirían departamentos de Estudios Blancos en las universidades «donde se podría poner por las nubes, y sin vergüenza, a Hernán Melville» y usar la palabra «blanco» sería un insulto, sería necesario decir: «norteamericanos europeos occidentales».

«No son ni las becas, ni los cargos especiales los que hacen del victimismo una idea peligrosa. Es su perverso desprecio de la libertad humana lo que termina carcomiendo las bases más elementales de una convivencia civilizada».

Volvamos al meollo de la discusión: los injustos beneficios que brinda el victimismo son apenas la punta del iceberg del mal que causa esta ideología en la sociedad. Tan injusto como el provecho de la manipulación victimista es la capacidad que tiene esta clase de discurso de alejarnos de discusiones más interesantes. Tomemos por ejemplo el caso Loncón y en quienes se centraron su defensa en su pertenencia a la etnia mapuche. El manto del victimismo en este caso nos alejó de aristas mucho más importantes para la sociedad como lo serían la existencia de privilegios en una universidad estatal o si el Consejo para la Transparencia actúa conforme a derecho. El progresismo woke rasca donde no pica y en ocasiones roza la criminal indolencia como considerar que el desconocimiento del clítoris es un problema de salud pública cuando las fallas de gestión en materia de salud pública cuestan vidas a diario.

Otro problema de la cultura victimista es el abandono de las reales víctimas. No vivimos en la tierra prometida y nadie está libre de padecer una injusticia. Pero la inexorable existencia de víctimas no nos puede llevar al victimismo porque el trato digno que merece todo aquel que ha sufrido es contrario al modus operandi victimista. Toda víctima merece saber que no se define solo por lo que padece sino también por lo que hace y los mercachifles del dolor no hacen otra cosa que insistir en lo que oprime.

Por último, el victimismo es un blindaje en el que se escudan muchos charlatanes que apelan a su calidad de víctima con el fin de tener a buen recaudo sus mentiras. Si la víctima no puede ser escrutada como cualquier otra persona no debería sorprendernos que los sinvergüenzas se aprovechen de esa inmunidad. Basta con recordar al constituyente de la Lista del Pueblo, Rodrigo Rojas Vade y su patética elevación a los altares del victimismo que terminó en una farsa con la que llegó incluso a lucrar millones a través de rifas.

No son ni las becas, ni los cargos especiales los que hacen del victimismo una idea peligrosa. Es su perverso desprecio de la libertad humana lo que termina carcomiendo las bases más elementales de una convivencia civilizada.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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