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El alma marxista Publicado en El Diario Financiero, 20.10.2017

El alma marxista

imagen autor Autor: Axel Kaiser
No se puede escribir sobre otro tema en el mes en que se cumplen cien años de la revolución bolchevique. Si bien la amenaza comunista global es historia, los elementos psíquicos que dieron lugar a la ideología marxista y al utopismo que enarboló continúan tan vigentes como en el pasado. 
 
Tan atractiva es la fuerza idealista del marxismo que incluso el Papa Francisco, un hombre bueno que sin duda se opone a toda forma de violencia, llegaría a decir textualmente que 'no le molestaba' que le digan comunista porque había conocido 'muchos comunistas que son buenas personas'. ¿Cuál es entonces el alma de esta ideología capaz de generar tanta atracción? ¿Qué es lo que mueve a sus seguidores a defender un humanismo teórico que finalmente aplastan en la práctica? La respuesta la anticiparía la más grande estudiosa del totalitarismo en el siglo XX: Hannah Arendt
 
No hay, según Arendt, diferencias fundamentales entre el nazismo y el comunismo del siglo XX, pues ambas doctrinas se fundan en un espíritu totalitario. Espíritu que solo puede producir la búsqueda del poder absoluto para someter a todos los hombres a la intoxicante voluntad de unos pocos. Los marxistas, como los nazis, son así personas que desprecian al ser humano en su dimensión más genuina que es la de su dignidad concreta. Obsesionados con la teoría y el poder son capaces de asesinar a cuantos millones se crucen en su camino, siempre en nombre de los mismos que caen bajo sus cuchillos. 
 
La igualdad de la que tanto hablan, advirtió Orwell, no es más que la mascarada para transferir privilegios a los líderes de la revolución, pues las masas, pensaba Lenin, son totalmente incapaces de liderarla. La clase obrera se convierte así nada más que en el desechable instrumento mediante el cual el marxista elitario se hace del Estado y su aparato represivo. Una vez en él, como hizo Lenin, el primer paso es exterminar a los grupos obreros que reclaman autonomía del poder central, es decir, del partido y su líder máximo. Y es que el marxismo nunca se trató realmente de la clase obrera. Por eso ningún régimen comunista ha tenido jamás derechos sindicales ni ha reconocido espacio de libertad para que los obreros dirijan sus propios asuntos. 
 
"El marxista realmente convencido es una persona totalmente fanática entregada a una idea y a su realización cualquiera sea el costo que haya que pagar"
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Es difícil imaginar una doctrina más perversa que el comunismo, que mientras habla de principios y reclama reivindicar derechos de grupos oprimidos, justifica al mismo tiempo la destrucción total de los principios que alega defender y el asesinato, tortura y encierro de aquellos que dice representar. El nazismo, para hacer la comparación, fue una doctrina criminal abierta que jamás negó su desprecio por los grupos que eliminó. 
 
El comunismo, si bien planteó abiertamente el exterminio de millones, lo hizo siempre en nombre de los más débiles, los mismos a los que después liquidó y sometió. La psiquis comunista es, como vemos, especialmente patológica porque cae, según advirtió el mismo Orwell en 1984, en el 'doble pensar'. Esta peculiaridad consiste en sostener dos cuestiones totalmente opuestas al mismo tiempo y creer que ambas son verdaderas. Cuando los comunistas dicen, por ejemplo, que en Cuba hay democracia muestran esta característica patológica de su estructura psíquica. Lo mismo ocurre cuando hablan de derechos humanos justificando a Cuba, Alemania del Este, Corea del Norte y muchos otros casos. 
 
El marxista realmente convencido es, por lo mismo, siempre un asesino en potencia, una persona totalmente fanática entregada a una idea y a su realización cualquiera sea el costo que haya que pagar. La revolución todo lo justifica: la mentira sistemática, el asesinato, la tortura, el genocidio, etc. La verdad solo es aquella que postula la doctrina y el partido. Todo lo demás y todos los demás son enemigos que han de ser eliminados si las condiciones lo permiten. Por eso esperan, pacientemente, hasta tener nuevamente una oportunidad.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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