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Nostálgicos del octubrismo Publicado en El Líbero, 29.03.2024

Nostálgicos del octubrismo

imagen autor Autor: Juan Lagos

Ante la derrota del Gobierno en las elecciones de la mesa del Senado, que confirmó la minoría en la cámara alta, el senador del Partido Comunista, Daniel Núñez, ha instado a su sector a «convocar a la presión social de la ciudadanía para sacar adelante las reformas». Esta estrategia, lejos de ser un alegato aislado, ha encontrado eco y respaldo en Diego Vela (presidente de RD), el diputado socialista Leonardo Soto y toda la bancada de diputados del Partido Comunista de Chile, detalle preocupante si tenemos presente que el próximo presidente de la Cámara de Diputados podría pertenecer a este partido.

Estas declaraciones no escandalizan por su novedad. Antes de asumir como ministra vocera de Gobierno, Camila Vallejo ya nos advertía que: «hay que empujar los cambios desde el Gobierno y la calle». Nueve años atrás, fue la misma Vallejo la que advertía (recién elegida Michelle Bachelet) que su partido mantendría «un pie en la calle y otro en el Gobierno, aunque no le guste a la DC». Pero esto no es invento de Vallejo ni exclusiva praxis del PC chileno. Ya lo advirtió en 1936 Francisco Largo Caballero en España: «Si los socialistas son derrotados en las urnas, irán a la violencia, pues antes que el fascismo preferimos la anarquía y el caos».

«Los llamados a la movilización por parte de Núñez, Vela, y sus aliados representan un intento de subvertir el proceso democrático, buscando resultados que no han podido obtener a través de los canales legítimos y establecidos».

Esta recurrente invocación a la presión social por parte de la izquierda no es meramente un llamado a la participación ciudadana, sino una clara instrumentalización política de la manifestación social, una práctica condenable que tergiversa el legítimo derecho a la protesta. Las declaraciones oficialistas al respecto evidencian que buena parte de las manifestaciones sociales no son espontáneas y están al servicio de sus intereses partidistas. Este reconocimiento descarado subraya que las marchas que tanto anhelan no son más que meras herramientas de negociación política. Con esto, Núñez, Vela y compañía no hacen más que menospreciar la voz del pueblo, relegándola a un mero instrumento en manos de aquellos que buscan consolidar poder a través de la manipulación y el control de la opinión pública.

Esta maniobra revela una profunda incompatibilidad con los valores democráticos fundamentales. Al priorizar la calle sobre las urnas, se ignora deliberadamente el marco institucional y la voluntad del pueblo expresada a través del voto democrático. Esta tendencia no solo desafía la legitimidad de las instituciones elegidas por la ciudadanía, sino que también promueve una peligrosa lógica de imposición sobre la deliberación y el consenso. En esencia, los llamados a la movilización por parte de Núñez, Vela, y sus aliados representan un intento de subvertir el proceso democrático, buscando resultados que no han podido obtener a través de los canales legítimos y establecidos. Este desdén por las estructuras democráticas y el proceso electoral revela una voluntad de poder que pretende saltarse las urnas, minando así los principios de representación y gobernanza que son piedra angular de nuestra sociedad. En su afán por avanzar agendas particulares, despojan a la democracia de su esencia, sustituyendo el diálogo y el compromiso por la coacción y el ultimátum.

Además, esta estrategia refleja una preocupante nostalgia por el octubrismo, un periodo marcado por la agitación y el desorden, que ciertos sectores de la izquierda parecen anhelar revivir. Esta idealización del conflicto, lejos de ser un homenaje a la democracia, es un claro indicio de su deseo por desestabilizar y polarizar aún más a la sociedad chilena. Al mirar hacia atrás con tal anhelo, estos grupos no solo ignoran las lecciones aprendidas que hasta el día de hoy seguimos pagando con estancamiento económico e inflación, sino que también menosprecian la capacidad de la ciudadanía para discernir y elegir su futuro en paz y libertad. Este aferrarse a una visión romántica del pasado, donde la solución a los desacuerdos políticos se buscaba en las calles y no en las instituciones, subraya una peligrosa inclinación a sacrificar la estabilidad y el progreso por un ideal utópico e inalcanzable.

Frente a esta estrategia de la izquierda, la respuesta de la derecha no puede ser meramente reactiva. Guiada por una auténtica vocación de mayoría, desde la oposición deben comprender que la verdadera fuerza política radica en representar fielmente a aquellos ciudadanos que, aunque no marchan en las calles, conforman la silenciosa y vasta mayoría del país. Estos chilenos, que día a día contribuyen al desarrollo y estabilidad de la nación a través de su trabajo y compromiso cívico, merecen una voz que articule sus intereses y preocupaciones por el marco democrático. No deben olvidar que la democracia es más que ruido y queja, que siempre fueron más los que los que tenían APV que los que marchaban por «No más AFP».

En un momento donde la claridad y la convicción son más necesarias que nunca, recordemos que el futuro de Chile se construye con principios sólidos, no con el eco de las protestas. Ante la mayoría silenciosa que prefiere el progreso y la estabilidad al caos y la división, la derecha debe dirigirse con claridad y convicción en los próximos comicios. Representando soluciones reales y un futuro prometedor, basado en el respeto, el orden y la libertad, es cómo podemos reconectar con los cimientos de una sociedad próspera y justa. Así, Chile podrá enfrentar los retos venideros, fortalecido y unido.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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