Lagos y el vacío político
Cuando un 25 de abril de 1988, durante el programa De Cara al país, Ricardo Lagos interpeló a Pinochet a través de las cámaras, en el fondo estaba haciendo explícita la contraposición entre lo político y lo no político. Probablemente, había entendido que la única forma de restituir la democracia era reconstruyendo lo político. En ese sentido, la estrategia insurreccional, que el PC y otros grupos presumían idónea para derrotar a la dictadura, se había tornado inútil y solo estaba contribuyendo a mantener la lógica anti política del propio régimen.
En Chile hay un vacío, no solo de liderazgo sino político. En ese sentido, la mera administración y gestión del poder ―buena o mala― no llena lo político. No lo hizo en veintitantos años. Solo lo vuelve banal en tanto convierte al poder en sí en su único propósito. Ello explica el error garrafal de presumir una política democrática despolitizada o exclusivamente tecnocrática. Es sexo virtual, sin sexo y sin amor. Sin sentido finalmente.
En medio del vacío político y las disputas por llenarlo, se produce otra zona gris, el de la de la razonabilidad. Es por eso que la democracia chilena vive momentos difíciles. Se ha tornado rutinaria, crecientemente burocratizada y de manera soterrada, peligrosamente anti política. La violencia contra un rector en su propia oficina, por parte de alumnos encapuchados, denota aquello. Lo peor, es que ese vacío lo intentan llenar diversos actores, unos presumiendo que las personas esperan cambios extremos y otros suponiendo que las personas no quieren cambios. En ambos casos olvidan que la democracia no es un consenso total y estático sino un antagonismo civilizado, basado en la polémica y el debate público abierto y constante.
La crisis política, que toda democracia puede tener, si no es llevada con razonabilidad puede dar paso a una crisis de la política y su eventual supresión. Eso probablemente lo está visualizando Lagos ante el «clima de desconfianza, de crisis de legitimidad de las instituciones y de pesimismo hacia el futuro». Pero eso, claramente no lo entienden algunos de sus más jóvenes críticos, cuya mayor arriesgada de pellejo ha sido el ser mojados con aguas servidas por el guanaco. Es que como hace tiempo ya nadie se juega la vida por ser militante o emitir opiniones en contra de un gobierno en TV, actualmente en los partidos políticos los sujetos de principios, aquellos que tenían como praxis altos fines políticos, han sido paulatinamente reemplazados por dos tipos de especímenes: los macuqueros, esos burdos operadores despolitizados, encargados de distribuir los recursos partidarios ―materiales y discursivos― entre sus secuaces; o los infantiles ultristas con olor a Starbucks, que creen que gritando consignas y actuando como matones, hacen política. Lo peor, en ninguno de esos grupos predomina la responsabilidad. Es que ahora, tener calle es la frase que les basta a algunos para pavonear sus supuestas credenciales políticas.
Lagos ha dicho «no me restaré a ese desafío». ¿Cuál es ese reto? Uno más complejo que ser candidato presidencial para saciar el ego. No hay que ser miopes, su inmediata advertencia de que «es necesario que se reúnan con decisión muchas voluntades», indica que está apelando a restablecer la responsabilidad política en todo sentido, para así evitar que nuestra crisis política termine en una crisis de la política. Su llamado ―en parte presuntuoso― es a la clase política y a la ciudadanía en general. No es alguien que presume ser un salvador. Algunos dirán que es el simple retorno de la lógica de los consensos. Pero quizás en el fondo, Lagos está señalando, sin dedo alguno, lo que hizo notar un 25 de abril de 1988: la frágil distancia que existe entre lo político y lo anti político.
Las opiniones expresadas en la presente columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.
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