En 2016, un gobierno de izquierda, liderado por la Presidenta Bachelet, presentó un proyecto de ley para que las policías pudiesen controlar a cualquier persona. No importaba si era joven o viejo, tampoco si andaba con un paraguas, un cuchillo o durmiendo en la plaza. Sus congresistas votaron a favor y, después de discusiones y polémicas, se aprobó, aunque sólo para mayores de 18 años.
Hoy, un par de años después, Piñera insiste con este populismo al bajar el límite de edad de 18 a 14 años. Un proyecto que viola derechos básicos, simplemente no funciona y despilfarra recursos. Y la izquierda, oh sorpresa, responde con una alaraca orquestada: «¡populismo y violación de los derechos más básicos de los niños!». Como si ellos nunca hubiesen apoyado la misma idea. Sin pudor. Citan como santa autoridad a la Unicef, a la que sólo nombran hoy y, qué raro, no ayer. Política decadente y deprimente. Igual me llama la atención eso de la edad. Veo a los carabineros preguntándose si el niño que camina frente a ellos tiene 13 o 14 años. Y para qué decir lo difícil de diferenciar una persona de 18 de una de 19.
"La seguridad es un problema y a la izquierda le cuesta enfrentarlo. Lo mismo le pasa a la derecha con las ciudades y la naturaleza".
La seguridad es un problema y a la izquierda le cuesta enfrentarlo. Lo mismo le pasa a la derecha con las ciudades y la naturaleza. Los Chicago Boys inocularon grandes ideas en Chile, pero también un problema: un odio total a la palabra planificación.
Las ciudades hay que planificarlas, por más que les duela esa palabra. Tienen que tener luz natural, servicios y plazas. No se puede dejar al mercado operar. Y con la naturaleza pasa lo mismo. El agua escasea. El paisaje cambia y muchas veces se destruye. La naturaleza hay que protegerla, por más que eso limite el tamaño de algunas empresas. Y la derecha tiene que hacerse cargo de este problema. No sirve de nada negarlo repitiendo como mono iletrado y porfiado que «inhibe el emprendimiento». Y tiene que hacerlo más cerca de la ecología que del ecologismo. Por eso tiene que aprovechar el COP25. Hay que seguir leyendo a Hayek, pero sumando a Hajek. Las carreteras deben tener corredores para que los animales las crucen. Las ciudades no deberían seguir creciendo arriba de los humedales. Y esas carreteras entre interminables bosques de pinos en los que apenas se puede respirar no deberían existir. Ya no se ven quebradas, desparecieron los árboles nativos y apenas cruzan unos pájaros carroñeros. No hay vida. Son desiertos verdes, artificiales, angustiantes y desolados.
Camino al norte desde Santiago se puede una nueva versión de estas forestales. Cruzando la cordillera de la Costa, pasando la cuesta Las Chilcas, hay que mirar a la izquierda: los cerros que veíamos están desapareciendo, sólo se ven paltos. Jenaro Prieto, que vivía ahí mismo, al frente, habría dedicado alguna de sus crónicas a autoridades y palteros de su país imaginario, Tontilandia.
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