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Gerardo Varela: «Más que volteretas que los dejan donde mismo, el Gobierno debe hacer una vuelta en U» Publicado en El Mercurio 23.10.2022

Gerardo Varela: «Más que volteretas que los dejan donde mismo, el Gobierno debe hacer una vuelta en U»

Los ingleses hablan de «U turn», vuelta en U, «cuando se dan cuenta de que una idea o programa no funciona», dice Gerardo Varela. «Es hora que lo hagan el Presidente y su coalición», agrega el columnista sobre el giro que esperaba del mandatario en este nuevo aniversario del estallido de octubre, el primero que la izquierda conmemora desde el poder.

Votó rechazo de entrada y de salida, y hoy cree que cualquier discusión constitucional pasa por sentarse en el Congreso, que tiene legitimidad electoral y jurídica. «Es hora de la responsabilidad», afirma este abogado de la U. de Chile, que en la sede Pío Nono conoció a las ministras Carolina Tohá y Ana Lya Uriarte, la dupla política del Gobierno.

Esta semana le dejó una «sensación mala». «El Presidente tiene que respaldar a Carabineros con acciones más que con palabras, que ya suenan vacías», agrega el consejero de Sofofa, e insiste en las señales de una crisis económica que impondrá realismo.

—Sin embargo, algunos como Eugenio Tironi vieron un «quiebre con el octubrismo».

—El Gobierno no termina de entender que la revolución de octubre acabó con el plebiscito que rechazó su programa, contenido en la propuesta constitucional. Hoy no marcharían 500 mil personas para terminar con las AFP, ni menos 1 millón para reclamar contra todo lo malo que tiene el planeta y la humanidad. Más que volteretas que los dejan donde mismo, deben hacer una vuelta en U.

—¿Sigue pendiente la autocrítica?

—Por supuesto, deben entender que son minoría en el país, tanto en votos como en ideas. Un gobierno para tener éxito debe contar con 2 de 3 apoyos: de los mercados, de la calle y de la élite política. Este gobierno no tiene ni uno y es un problema mayor, que los debe obligar a repensar su programa y su praxis política. Se requiere mucho más que retórica para recuperar la confianza, y esa exige credibilidad y acción. El Presidente debe decidirse: está al servicio de Chile y su gente o de sus partidarios y su ideología. Los apoyos no pueden ser con freno de mano y Carabineros se sintió más criticado que apoyado.

—¿No considera que hubo abusos, como afirman organismos internacionales?

—La vulneración de DD.HH. tiene que ver con fallos judiciales más que con opiniones políticas intencionadas. En el estallido social hubo una situación de violencia y saqueo incompatibles con la democracia, y los carabineros cumplieron con su deber. Lo hicieron con los medios a su alcance y sin disparar un tiro, solo con bombas lacrimógenas, agua y escopetas antidisturbios. Los casos emblemáticos de lesiones oculares, como Gatica o Campillai, son a todas luces consecuencias no buscadas de hechos de violencia, como indica toda la evidencia disponible. No hay dolo, intención de inferir daño. Hay más carabineros muertos o lesionados que manifestantes; no existen casos comprobados de abusos sexuales, ni siquiera en el universo paralelo de la ministra de la Mujer.

—¿Qué responsabilidad cabe al gobierno de Piñera, en el que usted participó, en la escalada de violencia que se mantiene hasta hoy?

—El Presidente Piñera enfrentó la peor oposición posible y una opinión pública, que en un momento de delirio, apoyó la violencia. Además de una oposición institucional, porque tuvo al Congreso, la Fiscalía, la Contraloría y hasta una parte del Poder Judicial en contra. A todos los que lo critican, no les he escuchado un curso de acción alternativo que en paz y armonía hubiera defendido la institucionalidad y la democracia. Piñera y su equipo tomaron lo que, desde la distancia y comodidad del observador, me pareció la menos mala de todas las decisiones.

—Si bien bajó el apoyo a la «primera línea», 26% sigue validando la violencia para conseguir cambios sociales.

—Es muy malo y preocupante. La lucha contra la violencia empieza con la política y termina con la policía. Es hora de que la política la condene sin peros ni pudores.

—¿Cree que el Presidente Boric apueste a la moderación si su apoyo bajó del 30%?

—El apoyo del Presidente Boric es el de primera vuelta, todo lo demás es prestado o fue un voto en contra de Kast. Solo moderando su discurso y su praxis política conseguirá sumar los apoyos que necesita para conducir un buen gobierno. Me da la impresión de que el Gobierno no advierte la magnitud de la crisis que se viene. Con la caída de la inversión, la inflación y la falta de seguridad es poco realista seguir hablando de reforma tributaria, reducción de jornadas laborales y mayores regulaciones de todo tipo. Basta ver las cifras, para entender que la gente está más pobre y menos feliz.

—En ese sentido, ¿cómo evalúa al ministro Marcel, el más popular del Gobierno?

—El ministro Marcel es un árbitro entre la comunidad de negocios y el mercado, y la inexperiencia de los que nos gobiernan. Tiene que manejarse con cuidado, no puede parecer demasiado promercado sin perder credibilidad al interior del Gobierno. Sigo creyendo que debe pensar la columna vertebral de su reforma tributaria, debiera sentarse a consensuar qué quiere financiar y cuánto cuesta, y después cómo, más que simplemente seguir apostando a subir impuestos para este océano sin orillas de gasto social que no sabemos cómo se gastará. La comisión de Hacienda discutió cómo es posible que del presupuesto del plan «Buen Vivir», algo más de $1.000 millones, se gasten más de $ 900 millones solo en honorarios de 17 asesores.

—¿Será suficiente el liderazgo del Presidente para imponer realismo? La ministra Uriarte dijo que las reformas son «inclaudicables».

—La retórica choca con la realidad. El Presidente tiene un liderazgo frágil. Pertenece a un partido chico de una coalición chica, donde el más organizado es el Partido Comunista, que tenía otro candidato. En tiempos normales sus reformas eran malas, como vimos en Bachelet II, detuvieron el progreso del país y frenaron el crecimiento. Ahí está el origen del estallido. En momentos de falta de confianza, inflación y baja inversión son un clavo en el ataúd de nuestro desarrollo. Sería bueno que se den una vuelta para entender los problemas que enfrentan la agricultura, la construcción, la minería y el comercio, que son los grandes empleadores, para que solitos se den cuenta del error que cometerán si no claudican.

—Pero el PC se declaró «guardián del programa» y decidió articular «un plan Nacional de Masas que permita retomar la iniciativa política».

—El PC no cree en la democracia, en las elecciones ni en los derechos humanos. El comunismo es una ideología totalitaria que cree en el partido único y en el uso de la violencia para someter a la gente, porque nunca tiene apoyo electoral mayoritario. Por eso vive creando planes de movilización paralelos al funcionamiento de las instituciones y sistemas alternativos de participación ciudadana distintos a las elecciones con voto secreto, informado y donde todas las personas valen lo mismo.

«El Presidente tiene un liderazgo frágil. Pertenece a un partido chico de una coalición chica, donde el más organizado es el Partido Comunista, que tenía otro candidato».

—Usted ha escrito bastante sobre la «generación FA». ¿Cómo la evalúa en el gobierno?

—Los veo con preocupación, es una generación pesimista que ve todo malo y no entiende de dónde venimos y el progreso que hemos tenido. Es un grupo humano con mucho paper y academia y poco emprendimiento y trabajo. Me preocupa que su compromiso con la democracia y su condena a la violencia han sido débiles, y sus ideas para mejorar la vida de los chilenos son una perfecta combinación de marxismo con proteccionismo, la peor combinación para un país subdesarrollado y para la convivencia social.

—La pobreza avanzó 10% y el ciclo económico no favorece. ¿Qué pasará si las demandas sociales siguen pendientes?

—Todos los indicadores de desarrollo y servicios públicos son peores hoy que antes del 18-O y eso la gente lo sabe y lo sufre. Los más viejos lo advertimos, pero nos acusaron de reaccionarios, retrógrados, fachos, tecnócratas. Dijimos que el proceso constitucional era innecesario e iba a detener la inversión sin lograr paz social; que los retiros iban a generar inflación; que la violencia no soluciona ningún problema y los empeora todos. Lo bueno es que hoy se sabe cómo generar progreso y superar la pobreza. La receta la conocemos, pero está en las antípodas del programa de gobierno. Por eso en vez de «cherry picking» y «side letters» es mejor el “U turn».

Constitución: «Es hora de la responsabilidad»

—A propósito de proceso constitucional, ¿cuál es la mejor salida para llegar a la nueva Constitución?

—Antes del 18 de octubre no teníamos un problema constitucional, pero ahora sí tenemos un desafío constitucional. El Congreso es el órgano institucional de deliberación política y democrática en un país. Tiene la legitimidad que le dan las elecciones para llevar adelante un proceso constituyente. Por supuesto que la sociedad civil debe colaborar y hay materias que el Congreso no va a regular, como limitar su propio poder. Para eso están los expertos, la sociedad civil y los demás poderes públicos. Cambiar el sistema electoral por uno mayoritario me parece clave. Con 21 partidos sin orden ni disciplina en el Congreso no se puede administrar un país. Se debe permitir que el Presidente disuelva el Congreso y llame a elecciones anticipadas. Esa debió haber sido la solución democrática al 18-O, más que un cambio constitucional. A lo anterior se debe agregar un plebiscito de salida con voto obligatorio y quorum alto de aprobación para que no haya dudas de su legitimidad y transversalidad.

—¿Qué viabilidad política hay para el Congreso como órgano constituyente si la oposición propone una convención con 125 miembros y 9 escaños reservados?

—Veo un juego de máscaras miope. La coalición de gobierno propone algo inaceptable, precisamente para que no se lo acepten y poner la culpabilidad en el otro lado. La expresidenta Bachelet dejó presentado un proyecto de Constitución, la derecha y sus centros de estudios tienen ideas constitucionales, las universidades han producido textos; es hora de sentarse y trabajar. Dada la situación chilena, es hora de la responsabilidad.

—¿Haría un plebiscito de entrada para legitimarlo?

—No, el que hubo resolvió que si se rechazaba la propuesta, seguía vigente la Constitución actual y además se bajaron los quorum para poderla reformar. La gente no se va a molestar, no quiere pagar por una segunda convención ni pasar por el trauma de un show nuevamente. Hay que confiar en el electorado chileno, que demostró sensatez, madurez, profundidad intelectual. El error de la actual Constitución, firmada por el Presidente Lagos, fue que no se plebiscitó. El plebiscito de salida es una oportunidad de ponerle el timbre final a la discusión constitucional y al texto que salga con un quorum alto para que sea la «casa de todos».

—En su reciente visita, David Cameron destacó el rol unitario de la reina en su país. ¿Qué figura podría generar la unidad que requiere este proceso?

—Guardando las distancias, me parece que los expresidentes Lagos, Frei, Piñera y Bachelet podrían tomar un liderazgo muy positivo en ese sentido.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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