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Lenguaje y violencia Publicado en La Segunda, 27.11.2019

Lenguaje y violencia

Se corrió nuestro tupido velo. Nuestros terroristas no eran amateurs.

Nuestra oficina de inteligencia no investigaba y parece que era verdad que solo leían a Dostoievski. Nuestro riesgo país estaba subestimado y nuestras policías estaban incapacitadas. El informe de ayer de Human Rights Watch es demoledor. Nuestras fuerzas de orden violan los derechos humanos por su mala preparación, autocontrol y nula fiscalización. Fueron décadas sin reformas modernizadoras, dijo José Miguel Vivanco. No tienen ni siquiera cámaras que vigilen sus conductas en las comisarías y donde las había, por ejemplo, curiosamente no existían denuncias.

Fue demoledor también para la tropa de buscadores de épica que igualan a Piñera con Pinochet. Lo mismo que hizo Alain Badiou, referente de la izquierda, en un panfleto contra Sarkozy que comparaba su gobierno con el de Stalin. De manual. Delirios intelectuales que develaron otro problema que estos días llegó al paroxismo: el abuso del lenguaje. Si Piñera es dictador, Bachelet y todo el resto lo son. Jorge Millas llamó a esta trampa la «falacia del género sumo». Y lo hizo a propósito del término violencia, ya que otro referente intelectual de izquierda, Marcuse, liderando «uno de los lugares comunes de la antifilosofía de moda, considera[ba] como forma de violencia la resistencia pasiva de Gandhi».

«No intenten estos profesores de la gente violenta, hacernos creer que 'al fin y al cabo' y 'a la larga' ellos son discípulos de Gandhi»

Lo mismo que ocurre acá cuando se dice que la pobreza es una forma de violencia, aunque esta fuera cinco veces mayor en 1990. Esto «de mostrar que ese orden», dice Millas, «el orden del derecho es una forma particular de violencia», es un «trastrueque de la lógica y del lenguaje» que sirve «para asegurar la impunidad ética y jurídica de la violencia». Es lo mismo que hizo la versión antidemocrática de Gabriel Boric cuando dijo que no se iba a conseguir nada llevando una carta con peticiones a La Moneda: legitimar la violencia. El fin justificaría los medios ya que, como dice un sabio inglés, «al igual que para Hobsbawm, Sartre, Lukács y Adorno —todos referentes de la izquierda—, para Badiou el crimen no es crimen si el objetivo es la utopía». Una utopía que aún no conocemos porque, se burla Millas de Marcuse, «resulta difícil decirles (a los opositores del socialismo) que lo que ocurre en los países socialistas no es socialismo». Exactamente lo mismo que nos repetía hace unos años en Londres, clase a clase, Alex Callinicos, actual rock-star del marxismo.

Millas nos advierte, ya en 1975, de que «no intenten estos profesores de la gente violenta, escritores de izquierda llega a llamarles (profesores que se excusan de ser violentos ellos mismos), hacernos creer que 'al fin y al cabo' y 'a la larga' ellos son discípulos de Gandhi porque no aciertan a distinguir entre la desobediencia civil y el terrorismo, o entre la fuerza del derecho y la metralla».

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