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Las raíces nacionales ignoradas Publicado en El Líbero, 17.10.2017

Las raíces nacionales ignoradas

Temo que nos estamos pasando de un extremo a otro en la representación de nuestra identidad nacional (entendida en sentido de diversidad y pluralidad). No sé si es casualidad (examinen la percepción de ustedes mismos al respecto), pero en las últimas actividades culturales he visto una tendencia a destacar la influencia de nuestros pueblos originarios (lo que es importante), pero a descuidar otras influencias que también nos han hecho ser quienes somos, como prueban los apellidos de numerosos destacados artistas, científicos, emprendedores y políticos. Si hasta hace unos años los chilenos tendíamos a representarnos como europeos (lo que es inexacto) desembarcados en este confín del mundo, ahora la tendencia parece ser la de fomentar la representación de nuestra identidad principalmente a través de los pueblos originarios.

Quiero explicarlo con claridad: abogo por la representación de la diversidad de las fuentes, las culturas e influencias que nos constituyen como chilenos. Lo enfatizo pues se trata de un asunto manipulable en época de elecciones para obtener ventajas políticas, pero a la vez ineludible. Es correcto y justo (aunque no suficiente) que cultivemos y proyectemos como identidad la matriz originaria, pero también corresponde proyectar el aporte de los “otros”: conquistadores españoles y minoría afro descendiente, migraciones históricas y recientes. Hay que superar la marginación que sufrieron en la representación cultural los pueblos originarios, pero también estar atentos y receptivos a las expresiones culturales de quienes arribaron después y de quienes migran ahora y comienzan a dejar su impronta entre nosotros, como peruanos, bolivianos, cubanos, coreanos, argentinos, colombianos, venezolanos y haitianos.

"Chile debe ser capaz de reconocerse en toda su diversidad. Chile debe ser capaz construir su unidad reconociendo su diversidad."

Hay que ser capaces de captar en toda su riqueza y diversidad las sangres y culturas de las que estamos hechos los chilenos. Lamentablemente, uno de los aportes que se tiende a ignorar, en especial en representaciones respaldadas por el Estado, es el de los migrantes históricos, asociados hasta hace poco con un concepto estrecho y que los aislaba: las “colonias”. Pero se trata de una realidad maciza que hay que aceptar, cultivar y celebrar, y no dar por descontada: Chile no sería el país que es sin la influencia fructífera, poderosa y formadora de migraciones como la alemana, croata, italiana, española, británica, palestina, francesa o judía, por mencionar algunas de las que nos constituyen como chilenos. (Que me perdonen si no menciono a todos).

¿Con qué frecuencia expresamos nuestra gratitud y reconocimiento a esa parte constitutiva de la nación? ¿Cuándo celebramos sus aportes a la cultura, la economía, las ciencias, el comercio, las artes, la innovación, la política o lo culinario? ¿Ignoramos el aporte definitorio de parte de nuestra identidad por un sentimiento de culpabilidad ante la discriminación que han sufrido los pueblos originarios, o por paternalismo, o porque realmente no lo vemos? ¿O por oportunismo político o porque hemos resuelto discriminar conscientemente el legado de quienes algunos ven como grupos sociales discriminadores?

"Debemos conocer esas raíces con sus lados de luz y de sombra, sin idealizaciones ni mitos, vengan de donde vengan y sean del color que sean."

La polarización política que hoy sufre país y que no veíamos desde los años setenta también tiene raíces en esta discriminación o “descuido” cultural e histórico. Pareciera que sopla de pronto un viento “justiciero”, la tentación de ajustar cuentas con una era discriminatoria o la suposición de que esas migraciones ya contaron lo suficiente su cuento. Sin embargo, no podemos entender la Patagonia chilena, por ejemplo, sin el rol clave que jugaron allí también croatas e ingleses, ni comprender la modernización de parte del sur de Chile sin la contribución de los colonos alemanes, ni la revitalización y otrora pujanza de Valparaíso sin los británicos, alemanes e italianos, ni la de ciudades como La Calera o Quillota, por no hablar de Santiago, sin la influencia de los mal llamados “turcos”, exitosa migración “paisana” que venía de regiones hasta comienzos 1924 bajo dominio turco otomano.

Basta con recorrer Punta Arenas para comprobar que allí reina un espíritu diferente al del resto del país. Basta con ver la arquitectura, el aspecto de la gente, y los nombres y apellidos en las tumbas de esa ciudad para aceptar  que se trata de un Chile “distinto”, pero asimismo de nuestro Chile. Es una diversidad que enriquece al país y se agradece. ¿Y qué decir de las ciudades y pueblos del sur que nos recuerdan calles y épocas pretéritas de Alemania? Y lo mismo puede decirse de los italianos o sus descendientes que dejaron huella en Limache, en casas y negocios, y en tradiciones y apellidos que perduran. Podemos seguir hacia el norte, donde reaparecen los croatas, y más al norte, hasta donde desde hace algunos años se reconoce y aplaude el aporte cultural de raíces africanas.

"¿Con qué frecuencia expresamos nuestra gratitud y reconocimiento a esa parte constitutiva de la nación? ¿Cuándo celebramos sus aportes a la cultura, la economía, las ciencias, el comercio, las artes, la innovación, la política o lo culinario?"

Como chilenos debemos ser capaces de reconocer la amplia diversidad de nuestras raíces. No puede haber raíces marginadas o ignoradas. Debemos conocer esas raíces con sus lados de luz y de sombra, sin idealizaciones ni mitos, vengan de donde vengan y sean del color que sean. Unos llegaron antes y otros después, pero con el tiempo han ido brindándole el sello propio y distintivo al país. Nadie surgió aquí con el continente, todos llegamos de otra parte y tuvimos la suerte (al menos así lo veo yo) de llegar cruzando la cordillera o el desierto, viajando en barco, avión o vehículo terrestre. Y llegamos a cumplir tareas diferentes, enfrentando vicisitudes diferentes, con suerte diferente, sufriendo rigores sociales y naturales, pero compartiendo una convicción profunda y unificadora: con esta telúrica tierra del fin del mundo quiero yo mi suerte echar.

A Chile lo formamos todos,  los que llegaron en tiempos inmemoriales, los que desembarcaron de las naos, los que buscaban en el fin del mundo mejores perspectivas para ellos y sus familias. Todas esas culturas e influencias merecen respeto y deben ser cultivadas y fomentadas. No puede haber favoritismos, porque la cultura no se define por cantidades, sino por sensibilidades. Y hay algo más: la identidad nacional no queda establecida de una vez para siempre. Está en perpetuo cambio, y se nutre de los pueblos originarios y los afro descendientes, los primeros españoles, las migraciones históricas y también de las recientes. Debemos aprender a reconocer nuestra diversidad y a vivir en ella, a ser capaces de celebrarla y de cultivarla sin discriminación de ningún tipo.

Chile debe ser capaz de reconocerse en toda su diversidad. Chile debe ser capaz construir su unidad reconociendo su diversidad.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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