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La guerra de los sexos Publicado en El Mercurio, 10.06.2017

La guerra de los sexos

Viajando a Nueva York en business (porque no solo los de la NM pueden hacerlo), me tocó en el asiento vecino una supermodelo veinteañera de piel de porcelana, ojos azul eterno y sonrisa de dentrífico. Nos miramos, nos saludamos y pienso que ella vio un rictus indescifrable en mi mirada (que yo calificaría de fauno senil), que la atemorizó, porque inmediatamente preguntó si no había alguna mampara que separara los asientos.

Me acordé de esta anécdota porque David Gandy, uno de los modelos mejor pagados del mundo, se quejó de que está aburrido porque las modelos femeninas viajan en busines, mientras los masculinos lo hacen en turista, y que ellas ganen 30 veces más que los hombres.

"Lo odioso es la discriminación arbitraria, no el mero reconocimiento de diferencias."

David Gandy no está solo en esto de exigir igualdad de remuneración a igualdad de trabajo. El tenista Novak Djokovic desató una polémica con Serena Williams, porque "Nole" dijo que le parecía bien que los premios para los hombres fueran mayores que para las mujeres. Serena contestó indignada que ellas empezaban a jugar a la misma edad, se esforzaban igual y por eso merecían ganar lo mismo.

¿Quién tiene la razón en esta guerra de los sexos? (guerra que Kissinger dijo que era imposible de ganar, porque había demasiada confraternización con el enemigo).Si usted encuentra que Djokovic, lo tildarán de machista troglodita, y si opta por Serena, de analfabeto económico, en circunstancias que la verdad está entremedio.

"No es raro que muchos jóvenes se entusiasmen con Beatriz Sánchez o Mayol, que en su debate televisivo demostraron que no entienden que las necesidades son ilimitadas y los recursos escasos."

Veamos el tema de las modelos. Mis hijas les saben los nombres a todas las modelos famosas, y mis hijos las reconocen de espalda con la certeza del ojo experto (gen heredado por lo demás). De los modelos masculinos, en cambio, nadie se acuerda. Como muchas mujeres quieren parecerse a los ángeles de Victoria's Secret o a Gisele Bündchen, compran más ropa y cosméticos que ellos. El mercado, al asignar recursos, considera que las mujeres modelos son más productivas que los hombres y por eso les pagan más. En el tenis ocurre al revés. Los hombres prenden más televisores que las mujeres y consumen mas ropa deportiva que ellas. De hecho, muchas chilenas quisieran parecerse a Gisele, pero menos a Serena. En los hombres, muchos quisiéramos ser Djokovic, pero pocos aspiramos a ser Gandy.

En remuneraciones, lo importante es que dos personas que produzcan lo mismo ganen igual. Es la productividad desligada de la edad, sexo y condición lo que debiera mandar y no, como dicen David y Serena, el esfuerzo y el entrenamiento. Cuando ambos convoquen tantos auspiciadores y televidentes, ganarán lo mismo, porque producirán lo mismo. Es como en el fútbol: juegan 11 por lado, pero los goleadores ganan más que el resto, porque es más difícil y atractivo hacer goles que pegar una patada. Por eso las empresas deben medir la brecha de género y terminar con las discriminaciones arbitrarias, pero no simplemente aplicar igualdad de trato entre trabajadores -sean o no del mismo sexo- si hay diferencias de productividad.

Como nos enseñan en la escuela de derecho, es tan discriminatorio tratar igual casos distintos como distinto casos iguales. Lo odioso es la discriminación arbitraria, no el mero reconocimiento de diferencias.

Eso parece obvio, pero la ideología o la ignorancia parece cegar a algunos. Nuestros estudiantes en la prueba PISA mostraron que un 38% no tiene conocimiento básico de materias económicas y solo el 3% logra un rendimiento alto. No es raro entonces que muchos jóvenes se entusiasmen con Beatriz Sánchez o Mayol, que en su debate televisivo -que tuvo el vértigo y emoción de un choque de globos- demostraron que no entienden que las necesidades son ilimitadas y los recursos escasos.

Mi señora, que lee de soslayo esta columna, y que es activa combatiente en la guerra de sexos, me advierte que no todo en la vida es mercado, y tiene razón. Sin embargo, le pregunto si está dispuesta a pagar lo mismo por un vestido Carolina Herrera que por uno de una modista cualquiera, si les exigió el mismo esfuerzo hacerlo, y ella me contesta que no es lo mismo y me emplaza amenazante a seguir combatiendo o retirarme. Yo, hombre prudente y gran estratega, sigo el consejo de Napoleón: las guerras contra las mujeres se ganan rindiéndose o retirándose y me retiro en silencio.

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Las opiniones expresadas en la presente columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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