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La fatal arrogancia Publicado en El Pingüino, 28.05.2020

La fatal arrogancia

imagen autor Autor: Jorge Gomez

El Covid-19, conocido popularmente como Coronavirus, ha mostrado de una manera poco ortodoxa que esa frecuente creencia de parte de gobernantes y políticos de poseer la facultad de diseñar respuestas adecuadas a cada problema en la sociedad, porque presumen poseer toda la información existente, es un grave error intelectual. Tal como planteaba Friedrich Hayek, hay ciertos procesos que no se pueden manejar del todo, menos coactivamente, porque es imposible tener toda la información de manera inmediata, por ejemplo en relación con las decisiones e interacciones de las personas, y que por tanto el conocimiento siempre se encuentra disperso haciendo imposible a los tomadores de decisión tener todas las respuestas para guiar a la sociedad hacia los causes que ellos presumen adecuados. Que mejor ejemplo, a propósito del Covid, que lo complejo de prever contagios, evitar conductas de riesgo o vaticinar quienes derivarán en casos graves. En los últimos meses hemos visto ejemplos constantes de la llamada fatal arrogancia de parte de políticos, periodistas, animadores de TV y diversos interlocutores, que han propuesto desde controles de precios hasta cuarentenas totales sin mediar los reales efectos de aquello en la vida de las personas. El desempleo creciente es un efecto claro de la interrupción de ese proceso que algunos miran con desprecio llamado mercado que, entre otras cosas, permite a las personas generar ingresos y así acceder de forma autónoma a bienes diversos de forma coordinada. Aplicar una cuarentena total, como algunos presumían, sin considerar lo que implica paralizar ese proceso en términos de empresas y empleos, creyendo que era tan fácil como reemplazar los ingresos por un aporte entregado de manera centralizada por el Estado, es un ejemplo claro de este absurdo. Ojo, esto no significa que ahora frente a la situación compleja que se vive, la autoridad no deba velar por impedir que las personas pasen hambre o queden sin la posibilidad de tener recursos para satisfacer sus necesidades más básicas. Pero debe ser una excepcionalidad, no una expectativa. Irónicamente, el Covid hizo lo que hace meses algunos pretendían lograr, sin mediar las consecuencias de ello, mediante barricadas, saqueos constantes a negocios y desmanes varios dañando propiedad pública y privada, que no era otra cosa que paralizar todo para desbaratar la economía. Así dejaron a varias pymes tambaleando. Pues bien, ahora el Covid les asestó el tiro de gracia y ha mostrado los efectos que tiene paralizar una economía o dejarla en estado de coma. Y lo cierto es que no es nada auspicioso para los más pobres. Hay más desempleo y por tanto pobreza. Pero además, un virus nos ha mostrado que sin mercados funcionando normalmente, desaparece la coordinación espontánea entre consumidores y oferentes que permite a las personas hacerse de los recursos para satisfacer sus necesidades alimenticias sin mediar las decisiones de una burocracia. El virus ha mostrado la fatal arrogancia y mortal estupidez, de aquellos que frente a la destrucción de negocios o el impedimento del funcionamiento de estos en el contexto de las protestas, decían que la economía no era importante, que solo se trataba de cosas materiales. Pues no, eso que algunos llaman con desprecio mercados es una cadena compleja de producción, distribución, cumplimientos legales, que nos permite acceder a bienes esenciales como los alimentos. La economía es importante, no es algo baladí, nos permite alimentarnos. Las barricadas no producen comida. También el gobierno ha hecho alarde de esa fatal arrogancia, primero al presumir que estaban blindados frente a los vaivenes que una pandemia, que ha hecho estragos en países desarrollados, puede tener en un país como Chile. También la ha mostrado con su constante tensión con otros interlocutores en cuanto al manejo de datos y la información disponible. Si bien los gobiernos deben saber manejar información sensible y tener cierta reserva, no pueden pretender total secretismo, menos respecto a una pandemia, como si se tratara de un politburó estilo soviético o chino.

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