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La desmemoria de la Presidenta Bachelet

La desmemoria de la Presidenta Bachelet

imagen autor Autor: Jorge Gomez

“Nadie tiene la intención de erigir un muro”, declaraba en 1961 Walter Ulbricht, Presidente de la República Democrática Alemana (RDA). Días después la mentira se hacía patente y se iniciaba la construcción del murallón de cuatro metros de altura que dividiría a Berlín por 28 años.

Mucho se ha hablado sobre el Muro desde su caída en 1989, pero poco sobre lo que se escondía detrás. En Chile aún menos. Incluso la Presidenta Michelle Bachelet evitó el tema en su reciente visita a Alemania, cuando se le preguntó sobre su exilio en la RDA durante la dictadura de Pinochet: sólo dijo estar agradecida de la hospitalidad germana de aquellos años.

En 1993, Erick Honecker, último jerarca de la RDA, se radicó en Santiago luego de ser enjuiciado en Alemania, y liberado por razones humanitarias debido al cáncer terminal que padecía. Un año antes, se abrieron los archivos de su temida policía secreta, la Stasi, y todos pudimos finalmente entender por qué los alemanes orientales arriesgaban sus vidas para escapar del paraíso socialista. Entre otras cosas, se ha constatado la existencia de una compleja red de represión, control y vigilancia, con teléfonos, encomiendas y correos intervenidos, con más de 300.000 informantes al servicio del Estado y miles de delatores voluntarios.

Bajo el eufemismo de “barrera de protección antifascista”, el muro fue la forma de evitar la salida masiva de personas desde la RDA, como las 200 mil que alcanzaron a escapar sólo en 1960. La orden de Honecker era clara: el que osara cruzar era un traidor y se le debía disparar. Entre 1961 a 1989 lograron huir 5.075 personas burlando torres de vigilancia, vallas metálicas, púas y perros adiestrados. 174 murieron en el intento.

¿Habrá sabido Bachelet que el padre del actual presidente federal de Alemania, Joachim Gauck, con quien se reunió la semana pasada, fue detenido en 1951 y enviado a Siberia por el mismo régimen comunista que a ella le brindó protección y del cual dice estar agradecida? Quién sabe. La vida está llena de paradojas.

En Chile, al igual que la Mandataria, algunos evitan hablar de la RDA. Les incomoda. Parecen estar desmemoriados o tener memoria histórica selectiva cuando se trata de hablar de dictaduras que estuvieron inspiradas en la ideología que muchos siguen reivindicando. Evitan decir en público lo que alguna vez escuché en la casa de un alto ex dirigente socialista, que los chilenos en la RDA sabían que eran espiados y que entre dientes admitían que eso era una tiranía. En el fondo, no quieren asumir que el régimen que se decía más humano y fraterno, al que ellos consideraban como una democracia justa e igualitaria, fue un aparato de poder represivo, que llegó a los extremos de construir un muro para encerrar a sus propios ciudadanos, violando los derechos humanos de miles de alemanes.

Ese doble estándar, ante hechos que han ido siendo develados a medida que los archivos de la Stasi dejan en evidencia la inmoralidad del régimen comunista en Alemania, sólo puede deberse al fanatismo irreflexivo o al cinismo más burdo. Denota además, la incoherencia discursiva y deshonestidad intelectual de quienes por un lado claman a los cuatro vientos la promoción de los derechos humanos y la democracia, pero a la vez son condescendientes o miran con nostalgia a regímenes dictatoriales que fueron la antítesis brutal de tales valores universales.

La izquierda chilena se niega a esa reflexión sobre el régimen que apoyaron e idealizaron con entusiasmo. Necesaria, si realmente queremos promover principios democráticos y el respeto a los derechos humanos en nuestro país. Sin miramientos mezquinos y evitando la lógica nefasta de los empates. Como recientemente dijo Roberto Ampuero al lanzar su libro “Detrás del Muro”: “Aun no coincidimos como chilenos en la necesidad de rechazar con la mente y el corazón las dictaduras sin importar su color, sean de derecha o izquierda”.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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