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Fake News: La mentira en el siglo XXI Fundación para el Progreso (FPP) - Abril 2019

Fake News: La mentira en el siglo XXI

Las fake news son una forma sofisticada de introducir una mentira maquillada de verdad. Sugieren un desafío gigante, sobre todo para la libertad de expresión y la democracia. Pero también son una advertencia. Todos podemos ser objetivo de una noticia falsa e incluso difundir una, lo importante es saber distinguir que errar negligentemente en comunicar algo, no es lo mismo que ser un precursor de fake news. La intencionalidad de desinformar es el elemento a considerar, y es parte prominente de un fenómeno más grande como el de la pos verdad y del cual hay que estar preparados.

Se ha comprobado que las fake news se extienden y difunden muchísimo más rápido que información.[1] Según la investigación realizada por el MIT y publicada en la revista Science, las noticias falsas serán la principal fuente de información en la mayoría de las naciones occidentales,[2] como se pudo evidenciar durante las elecciones norteamericanas en 2016: el 25% de todas las noticias leídas en ese proceso electoral fueron noticias falsas.

Las fake news no tienen una definición absoluta. Mientras el diccionario de la Universidad de Oxford relaciona este fenómeno con la posverdad, definiéndolas como un relato que describe circunstancias donde los hechos objetivos son menos influyentes que la apelación a la emoción o a la creencia personal para cambiar la opinión pública,[3] la Universidad de Cambridge las describe como nuevos artículos que, son intencional y verificablemente falsos, que llevan a confundir a lectores.[4]

"el propósito de una noticia falsa no es simplemente desinformar, sino también influir en el público para lograr acciones o comportamientos específicos"

Cualquier intento de definición siempre nos lleva a una inexorable conclusión ligada con el acto de mentir: intencionalidad, falsedad y premeditación. Todo destinado a un público objetivo. Por lo tanto, el propósito de una noticia falsa no es simplemente desinformar, sino también influir en el público para lograr acciones o comportamientos específicos: cambiar una opinión política, afectar resultados electorales, sabotear la reputación de una institución o de una persona.

Esta falsedad mal intencionada es un problema endémico en las democracias actuales; presupone como condición de existencia, la desinformación masificada. Los efectos que provoca la desinformación ha logrado que hechos empíricos o comprobados por la ciencia sean desacreditados sin la posibilidad de respuesta a esta manipulación, muchas veces haciendo predominar sólo sentimientos, perjuicios y percepciones personales. Lo anterior ha generado un permanente y continuo debilitamiento del debate racional, tolerante y pacífico, que es justamente lo que ha permitido la búsqueda de la verdad a través de la discusión y la confrontación de ideas.[5]

Este efecto distorsionador del debate público se ha traducido en crecientes obstáculos y en una constante infoxicación -mediante el exceso innecesario y malintencionado de información-. En vez de predominar la información predomina el ruido, lo que se asemeja a tratar de escuchar al interlocutor en una muchedumbre histriónica.

Entre los siglos XVII al XIX, la respuesta frente a la difusión de mentiras o información manipulada consistía en dos mecanismos –no excluyentes-; la censura o la concentración de lo comunicado en unos pocos difusores de información.[6] Este tipo de respuestas a nuestro actual problema con las fake news carece de sentido por dos razones. Por un lado, porque presuponen limitaciones a las libertades que resultan inadmisibles desde la ética liberal y las democracias contemporáneas. Por otro lado, la construcción de estas nuevas mentiras son más sofisticadas; esa radicalidad que se expresa en la universalidad, inmediatez de difusión y anulación de lo racional. De esta forma, las fake news se convierten en mecanismos de tergiversación de la realidad que conllevan una creciente dificultad para discernir qué es verdad y qué es falso. 

Junto con lo anterior, el poder de la fake news no sólo reside en su capacidad de influir y distorsionar nuestro conocimiento, sino también en exacerbar nuestros prejuicios y pasiones. No es raro ni sorpresivo ver que el aumento de noticias falsas esté en directa relación con los períodos eleccionarios, con contextos bélicos o cuando está en disputa alguna decisión gubernamental compleja. Uno de los problemas que conllevan las fake news es que la racionalidad es sustituida por la creencia personal sobrealimentada y exacerbada al reforzar los prejuicios y sentimientos.

A su vez, este fenómeno tampoco encuentra resistencia por parte del poder político: Donald Trump, Erdogan, o Nicolás Maduro han utilizado en reiteradas ocasiones el concepto de las fake news para defenderse de las acusaciones a su gestión, logrando desprestigiar a la prensa tradicional y poniéndolos en contra de la opinión pública. Sin embargo, no son solo los líderes políticos quienes abusan de este concepto, sino también los medios masivos de información -y no tan masivos- quienes manipulan la información para tergiversar la realidad y así, posicionar una opinión para influir en el público.  El resultado es la polarización, clausura del debate y exacerbación de pasiones. Lo que más se pierde en esta lógica, es la noción de democracia y sus valores esenciales.

Todo este conjunto es el “carburante” que consumen con tanto entusiasmo los populistas. Este tipo de líderes –funcional o realmente- exaltan las creencias de las personas para conducirlas a su mayor producto político: una elección. Los populistas ocupan las noticias falsas para catapultar estos sentimientos, llevarlos a lo público, para ser expuestos y lograr así la adhesión de aquellos que pueden ser convencidos. El manejo y manipulación de las pasiones por parte del líder populista es un peligro que merodea en las entrañas de las democracias liberales,[7] esperando el debilitamiento institucional para obtener protagonismo. La tentación de obtener poder por parte del populista, mezclado con la facilidad de la población por recibir la confirmación de sus prejuicios difícilmente encuentra contención para este peligro.

La respuesta a las fake news no tiene una perspectiva esperanzadora, sobre todo, si se considera que el poder político y la prensa coquetean fatídicamente con estas. Viviremos con la mentira donde quiera que exista una verdad, y por lo tanto la “salvación” no pasa necesariamente por confiar en las prometedoras ideas de un grupo de políticos que, como en Chile, proponen cesar de sus cargos a cualquier funcionario público que difunda noticias falsas, sino que depende de la creatividad de la misma sociedad que, exhausta y atiborrada de información –o infoxicación-, va creando herramientas útiles para desenmarañar el ruido y poder analizar información fidedigna y lo más objetiva posible. Para evitar esa infoxicación, el foco no debe centrarse en la noticia falsa, sino en cómo descifrarla y detectarla. En esta línea, han surgido aplicaciones y plataformas como Fact Check, Politifact, Snopes o el Transparency Center, que a través de algoritmos identifican la veracidad de la información, contrastan noticias manipuladas con distintas fuentes alrededor del mundo, pueden reconocer fotos y videos adulterados, y también determinar qué usuario o persona ha publicado y difundido este tipo de información.

La virtud en la utilización de estas herramientas de “depuración informativa” contra las fake news va más allá del sentido puramente eficiente o consecuencialista en la obtención de información, sino también es abrir –una vez más- el debate respecto al manejo de información y la libertad de expresión. La única verdad que nos han revelado las fake news, es la necesidad de replantearnos una actitud de escepticismo frente a los medios y las fuentes de información, para lograr así un nuevo mínimo imperativo democrático que pueda reafirmar a la libertad de expresión como uno de los pilares fundamentales para la convivencia pacífica, y la democracia como un valor esencial.

[1] http://science.sciencemag.org/content/359/6380/1146

[2] http://science.sciencemag.org/content/359/6380/1146

[3] https://en.oxforddictionaries.com/definition/post-truth

[4] https://dictionary.cambridge.org/es/diccionario/ingles/fake-news

[5] https://mtsu.edu/first-amendment/article/1337/oliver-wendell-holmes-jr

[6] John Milton. «El paraíso perdido». España. Editorial Espasa, Colección Austral Summa.

[7] Enrique Krauze. (2018). «El pueblo soy yo». México. Editorial Debate..

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Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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