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El poder de la sociedad civil Publicado en El Líbero, 17.06.2017

El poder de la sociedad civil

Decía mi madre que los pilotos ecuatorianos son los mejores, porque “siempre aterrizan suave”. Recordé su observación al arribar a Guayaquil la semana pasada, tocando la pista del aeropuerto José Joaquín de Olmedo como una seda.

Vuelvo siempre feliz, como a casa, a la ciudad y puerto donde pasé los mejores días de mi infancia, entre Los Ceibos, el Colegio Heidi, el Policentro y el kilómetro 10 de la vía Daule, donde estaba la empresa de alimentos balanceados que dirigía mi padre. Por eso, desde siempre me importa lo que ocurre en Ecuador. Y particularmente lo que pasa en Guayaquil.

He querido compartir esta vivencia ecuatoriana por una razón muy simple, que bien la ha resumido el historiador británico Niall Ferguson en una conferencia para The Reith Lectures, de BBC: “Me gustaría preguntar hasta qué punto es posible que prospere una nación verdaderamente libre en ausencia de una sociedad civil dinámica”.

El puerto ha crecido un montón y es de una fuerza tremenda. Prospera y avanza pese a todo. Contra todo. Parece ser una actitud histórica de su gente, quizás desde los días de la Provincia Libre de Guayaquil, por allá hacia 1820, cuando el líder a quien honra el nombre del aeropuerto, y cuyo monumento adorna el entorno del Club de la Unión, quiso que fuera un Estado independiente.

No han sido fáciles ni placenteros los últimos tiempos, especialmente los del correísmo, tanto para Guayaquil como para el empresariado y los comerciantes, su motor económico y social. Ya son diez años. La Revolución Ciudadana del Presidente saliente Rafael Correa, de la línea del Socialismo del Siglo XXI y su decadente compañía de líderes populistas latinoamericanos, ha hostigado a los emprendedores y empresarios con una saña apenas mitigada por la terca realidad y por la firmeza de la sociedad civil en acción. El ejemplo que tengo en mente es la Cámara de Comercio de Guayaquil.

He tenido el honor de asistir como invitado al aniversario número 128 del gremio. No me he resistido a escribir sobre la experiencia y la positiva impresión. No me refiero a las 1.700 personas que colmaron el gran salón del Hotel Hilton Colón ni a la producción, que fue espectacular. Tampoco a la presencia y cobertura de la prensa. Me refiero al espíritu de la organización, y al trabajo que hacen por la libertad y el progreso del país.

“La Cámara” tiene, entre otras, cuatro grandes cualidades que me parecen fundamentales para su impacto y su aporte como agrupación de la sociedad civil. La primera es que representa a toda la variedad de tamaños y rubros del comercio guayaquileño, desde los más pequeños hasta los mayores empresarios, desde los propietarios de tiendas hasta los bancos y las grandes franquicias de comida rápida. Esto le permite expresar las inquietudes más diversas y a la vez las más comunes, dando la transversalidad y el sentido de unidad que una asociación privada de vocación pública necesita para trabajar con éxito.

La segunda cualidad, y que me parece ha sido reforzada por las circunstancias, es el compromiso con los principios e ideas de una sociedad libre. La Cámara podría limitarse a defender los intereses de sus miembros, pero la sensación que me he llevado es que sus esfuerzos y discurso van mucho más allá de la cotidianidad y los apremios locales. El despliegue de una imagen en pantalla gigante, ilustrando la situación de Venezuela y haciendo un fuerte llamado a no ser indiferentes, habla de una organización que valora por encima de cualquier cosa la libertad, la dignidad y los derechos de las personas. Si hay algo que no le puede faltar a la sociedad civil es una comprensión profunda de lo que son la democracia liberal y la esencia de sus instituciones.

La tercera virtud es la actitud propositiva. Apenas esta semana varias notas de prensa han reportado el acercamiento de la dirección gremial al Gobierno para proponerle la “flexseguridad laboral” (flexicurity) como opción para facilitar la creación de empleo. Esta idea, que se basa en la libertad, la seguridad y la capacitación, ha sido vista como una estrategia viable que combina la flexibilidad del mercado y la seguridad, a la vez que propone la capacitación continua de los trabajadores.

La cuarta y última cualidad es una combinación de creatividad y buena comunicación. El equipo de La Cámara es enérgico, esforzado e ingenioso. Pablo Arosemena Marriott, su presidente, junto a Juan Carlos Díaz-Granados, Miguel Ángel González, Germán Lynch y la directiva, por mencionar sólo a algunos, han trabajado arduamente recogiendo los sentimientos y necesidades de cada comerciante, de toda talla y especialidad, y de los ciudadanos.

Lo han hecho sin temores a la crítica, aun levantando causas que podrían ser atacadas fácilmente e interpretadas como los caprichos de una élite acomodada. El mejor caso ilustrativo es la campaña contra la Ley de Herencia y Plusvalía promovida por el Gobierno de Correa, supuestamente con el “noble” propósito de fomentar la “igualdad”. Con el eslogan #MiTrabajoEsParaMisHijos, la Cámara hizo resonar la voz de millones de personas comunes que se esfuerzan cada día por dar a sus familias una vida digna y decente, para el presente y el futuro. La iniciativa consiguió poner a raya las pretensiones del Gobierno y frenar su atentado a la propiedad y a la libertad de la gente.

He querido compartir esta vivencia ecuatoriana por una razón muy simple, que bien la ha resumido el historiador británico Niall Ferguson en una conferencia para The Reith Lectures, de BBC: “Me gustaría preguntar hasta qué punto es posible que prospere una nación verdaderamente libre en ausencia de una sociedad civil dinámica”.

En Chile hay al menos dos lecciones interesantes que podríamos tomar de esta historia. Una es la necesidad de promover y cuidar celosamente la sociedad civil como pilar vital de la democracia liberal y la prosperidad. La idea de Ferguson sintetiza esto con suficiente claridad.

La otra lección tiene que ver con lo decisivos que son el propósito y el espíritu de las organizaciones de la sociedad civil, cuyo valor radica más en sus principios que en la sola gestión automática de peticiones e intereses. No hace falta llegar a situaciones tan duras y adversas como las de países que han sufrido el castigo de la demagogia y el populismo autoritario, para comprender esto, y para dar la importancia que merece cuidar la libre empresa, las buenas políticas y las instituciones democráticas.

 

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Las opiniones expresadas en la presente columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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