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Debate de Cartas: Estilos de vida.

Debate de Cartas: Estilos de vida.

A propósito de la columna publicada en el Mercurio por parte de Adriana Valdés, cuyo título es "La cuestión de los estilos de vida", se originó una discusión epistolar entre Jorge Peña del Instituto de Filosofía, nuestro Director Ejecutivo FPP Fernando Claro y Matías Reeves. Se centraron en la discusión sobre los Estilos de vida, individualismo y comunidad.

Revisa este interesante intercambio de argumentos:

Jorge Peña: Estilos de vida

Publicada en El Mercurio, 26.12.2021

Señor director:

No puedo estar más en desacuerdo con Adriana Valdés cuando en su columna del viernes nos “invita a pensar el cambio en los estilos de vida. En menos de treinta años —agrega— se han normalizado en todas las clases sociales comportamientos que antes se discutían apasionadamente. Los jóvenes ya no se casan, pasan a vivir juntos como parte natural de una relación (…) A nadie se le cuestiona eso, solo en un círculo extremadamente minoritario”. Tras aludir a otras situaciones “normales”, madres solteras, homosexuales, diversas familias, concluye que buena parte del triunfo de Boric se relaciona con estos “nuevos estilos de vida”. Y, por supuesto, Kast “es un hombre de verdad a la antigua, y la antigua ya no se sostiene”.

Hay mucha ligereza y frivolidad en estas afirmaciones. Toda una tradición occidental de más de veinte siglos que incluye a los pensadores liberales clásicos (Locke, Kant, Adam Smith, etcétera) es tachada de obsoleta y arrojada al cajón de los trastos viejos. Occidente reclama el cumplimiento de los derechos humanos a otras naciones y últimamente se niega a definir objetivamente el contenido de tales derechos e incluso se niega a reconocer la existencia de una “naturaleza humana”. Se desprecia la idea de que exista una naturaleza, el único concepto capaz de otorgarle un sólido fundamento. Se defiende, a cambio, un constructivismo que, entre otras cosas, alimenta la ideología del género, según la cual cada individuo puede configurar a su antojo su propia naturaleza, liberándola de supuestos roles culturales y sociales.

En una sociedad multiética y plurirreligiosa, la única base para los valores comunes reside en los derechos humanos; si estos derechos no se definen de manera clara y objetiva, caeremos en un estado de anarquía ética. Pero hoy nos hallamos inmersos en un proceso implacable de redefinición de los derechos humanos. Así, por ejemplo, el “derecho a la vida”, piedra angular de la Declaración Universal, se conculca a través de códigos legales que admiten el aborto. El derecho al matrimonio para todo hombre y mujer, base de la familia, se desvirtúa mediante la legalización del matrimonio de igual sexo. El derecho del niño a conocer a sus padres naturales se conculca cuando los niños “nacen” o se “producen” de donantes anónimos. La Declaración proclama el derecho a practicar la religión en forma pública, pero el laicismo rampante está obsesionado en relegar su práctica a la esfera privada, y el profesor Squella habla de un supuesto e imposible Estado laico que sea del todo neutral. En fin, comprobamos que no hay derecho alguno que no haya sido desnaturalizado.

Y quien se atreve a propugnar una definición objetiva de los derechos humanos es tachado de fundamentalista, y puesto que no hay criterio ni modelo para definir el derecho, el poder mismo se convierte en derecho y desaparece toda racionalidad ética. La satisfacción de identidades, apetencias, anhelos, pulsiones, incluso caprichos convenientemente disfrazados con los ropajes de la emotividad, se erige en coartada para la formulación de nuevos derechos. De los cuales, además, quedan excluidos los nonatos, los ancianos, los enfermos, aquellos que no tienen voz para hacerse valer. Pareciera que basta que cambiemos el nombre de las cosas que existían para que súbitamente dejen de existir. “Matrimonio” o “familia” ya no significa nada en sí mismo, sino lo que nosotros queramos designar como tal. Y el aborto, que antes considerábamos un crimen execrable, podemos configurarlo como sacrosanto derecho.

Frente a este presunto triunfo del nominalismo hay que volver a Aristóteles cuando afirma en su “Política” que “las verdaderas formas de gobierno son aquellas en las que el individuo gobierna con la aspiración del bien común; los gobiernos que se rigen por intereses privados son perversos”.

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Fernando Claro: Estilos de vida I.

Publicado en El Mercurio, 27.12.2021

Señor Director:

Jorge Peña, en su respuesta a Adriana Valdés, dice estar en profundo desacuerdo con ella respecto de esa idea de que lo antiguo ya no se sostiene en política; y menos si se buscan votos. Sin embargo, no explica por qué, y menos argumenta.

La modernidad que tanto le molesta a Peña es un hecho, a no ser que demuestre lo contrario. Los jóvenes ya no se casan, la religión católica ya no gobierna, las mujeres no tienen roles definidos, las personas tienen apegos terrenales muy fuertes, los hijos nacen fuera de los matrimonios, los homosexuales no son rechazados ni sospechosos, etcétera.

Luego Peña se sube a un púlpito cultural imaginario, nombra un par de autores, y tacha de “frívolo” el análisis sociológico de Valdés diciendo que ella se saltaría a toda la tradición occidental. Menos explica Peña el porqué.

Se entiende que Peña esté algo alborotado porque habla y disiente de principios antes que de otra cosa, pero debería notar que está algo corrido de dominio argumentativo. Por eso es que pseudo ironiza con la palabra “normal” utilizando su acepción de bien bienaventurado frente a un mal demoníaco cuando, la verdad, Adriana Valdés la utiliza refiriéndose a una cuestión estadística: en Chile es normal ser del Colo-Colo, pero no de Palestino. Si a Peña le parece mal que estemos llenos de colocolinos, allá él —y muy bien—, pero allá también el futuro político de quienes se alíen bajo una hegemonía conservadora como esa.

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Matías Reeves: Estilos de vida II.

Publicado en El Mercurio, 27.12.2021

Señor Director:

El señor Jorge Peña manifiesta su desacuerdo con la invitación a pensar en los cambios en los estilos de vida que nos hace la señora Adriana Valdés con su periódica lucidez, señalando incluso que en sus afirmaciones “hay mucha ligereza y frivolidad”.

Más allá del irónico uso de las comillas para sobresimplificar sus apreciaciones, sería interesante que el señor Peña nos pueda ilustrar indicando cuál es la verdadera naturaleza humana a la que apela, y cuáles serían los fines del ser humano de paso.

Entiendo que tiene la respuesta para bien de la humanidad, y así podría evitar lo que él llama la “anarquía ética”. Si no fuera así, al menos que nos ayude a entender la declaración universal de derechos humanos.

Por el bien común, muchas y muchos estaríamos agradecidos por su iluminación.

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Jorge Peña: Estilos de vida

Publicado en El Mercurio, 28.12.2021

Señor Director:

Fernando Claro señala (carta de ayer) que lo planteado por Adriana Valdés es solo de índole sociológica, sin ni siquiera preguntarse si favorece o no el bien común. Claro promueve una libertad del todo individualista. No, la libertad no es un fin en sí mismo, sino un medio para la realización de la propia naturaleza.

En la carta de Matías Reeves me pide que ilustre qué entiendo por naturaleza humana. Es un tema al que me he dedicado y he escrito varios artículos sobre ello. El gran problema es cómo concebir las relaciones entre naturaleza y cultura. Pero la palabra naturaleza es de las más equívocas y ambiguas. Será del todo distinto si se interpreta de modo genético o normativo, de modo nativo o teleológico. La concepción clásica de naturaleza teleológica, derivada de Aristóteles, hace posible una equilibrada relación entre naturaleza y cultura. No así la visión moderna, que además se oponen entre sí, de Hobbes y Rousseau.

Si el ser humano es “lo otro” que la naturaleza, la persona no puede volverse a ella en busca de un criterio o norma para su actuación. La sensibilidad ecológica hoy nos sitúa ante los límites que habíamos perdido de vista ante tanta mediación cultural y actividad transformadora. En la destrucción de la naturaleza estamos dinamitando los supuestos de nuestra libertad y a nosotros mismos como seres simultáneamente naturales y libres. Si insisto en el concepto teleológico de naturaleza es para intentar evitar tanto una consideración dualista de naturaleza y persona, como la consideración de la naturaleza como mera materia pasiva y externa.

La naturaleza de algo no queda determinada tanto desde su situación inicial, o su mera realidad fáctica, cuanto desde su perfección final: las cosas son lo que serán cuando alcancen su plenitud.

No todo lo que es término merece el nombre de fin, sino solo el óptimo. La realidad es algo que se define por la perfección que es capaz de alcanzar. Limitarse a los meros hechos denota una profunda claudicación antropológica y moral. Jacques Maritain, uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, advirtió que para llegar a un consenso se tuvo que evitar dar un fundamento metafísico a los mismos.

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Fernando Claro: Estilos de vida

Publicado en El Mercurio, 29.12.2021

Señor Director:

Jorge Peña sigue alborotado porque ahora me achaca el defender una “libertad del todo individualista”, pero, de nuevo, no argumenta. No sé por qué me dice eso, la verdad.

En todo caso, si defender la primacía de un individuo (una víctima de una violación o la humanidad de un militante) por sobre un supuesto “bien mayor” del colectivo (una Iglesia o un partido político), diría que sí, que soy un “individualista”. Hay personas que no lo son y por eso ha pasado lo que ha pasado. Sin embargo, me gustaría aclarar que no defiendo ideas que prohíban una vida comunitaria y solidaria; que prohíban los impuestos para financiar al Estado o que prohíban la existencia de iglesias. Tampoco defiendo la prohibición de una empresa que lucre educando personas o la de fundaciones que defiendan el Ciprés de las Guaitecas, que promuevan la ayuda a niños desamparados o que propaguen la devoción a la Virgen María.

Peña no aclaró por qué trató de “frívola” la descripción que hizo Adriana Valdés. Supongo que fue porque no se preguntó por el “bien común”, como ahora me critica a mí. Parece que cuando se describen costumbres como la migración campo-ciudad, o la influencia de religiones, hay que preguntarse por el bien común, aunque, ojo, para que esta no sea una pregunta “frívola”, debe tomarse en cuenta el “bien” dentro de la idea que ha sistematizado intelectualmente la Iglesia Católica. No otra.

Respecto de esto último, podría responderle que sí, que considero una contribución al bien común y a una vida armónica en sociedad que se protejan los humedales y las araucarias; que los separados puedan entrar a comer a casas de católicos; que las personas puedan divorciarse; que las mujeres no tengan roles fijos; que los homosexuales puedan realizar sus proyectos de vida y no se les considere llevar una vida “no plena” (y la consecuente negación de sus derechos); y así.

Finalmente, sobre el tema que nos convocaba: no creer en esto último y manifestarlo explícitamente como caballo de batalla es simplemente un chiste electoral. El presidenciable que no asuma eso tendrá que esperar una nueva invasión católica o musulmana —por no decir la china que se nos viene—.

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Jorge Peña: Estilos de Vida

Publicado en El Mercurio, 31.12.2021

Señor Director:

He considerado que tanto Adriana Valdés como Fernando Claro al saludar alborozados los nuevos tiempos en que la gente no se casa, cohabitan, proliferan madres solteras, y conceptos como matrimonio y familia no significan nada en sí mismos, sino que son meros objetos de preferencias personales, meros hechos que se constatan, implica no tener en cuenta si eso beneficia o perjudica a la sociedad.

Ante estos temas cruciales no caben neutralidades valorativas o meras apreciaciones descriptivas. Lo que está en juego son las instituciones básicas de la sociedad, el futuro de nuestros hijos.

No he hecho alusión a la Iglesia Católica como curiosamente se insinúa, sino solo a Aristóteles y su concepto de naturaleza teleológica, pero dificulto que lo haya entendido. No tener en cuenta, por ejemplo, las notas constitutivas del matrimonio y considerarlo como algo que meramente a veces se logra y otras fracasa denota una profunda claudicación antropológica y moral.

Para las descripciones avalorativas como las realizadas por Valdés y Claro, las cosas se agotan en ser exclusivamente lo que son, no apuntan a ninguna plenitud y tienen la aséptica neutralidad de los simples hechos. Sin embargo, dentro de un esquema teleológico es fundamental el contraste entre 'el-hombre-tal-como-es' y 'el-hombre-tal-como-podría-ser-si-realizara-su-naturaleza-esencial'. Eso requiere de una cultura adecuada, es una plenitud que se conquista, pero no imposible porque ya está en potencia, como tendencia y como exigencia.

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Fernando Claro: Estilos de vida.

Publicado en El Mercurio, 05.01.2022

Señor Director:

Jorge Peña continúa con descalificaciones personales y no argumenta sobre los temas que se están discutiendo. Primero trató de 'frivolidad y ligereza' el análisis sociológico que hizo Adriana Valdés y después me dijo 'individualista', sin explicar en ningún caso el porqué. Ahora dice que él 'dificulta creer' que yo entienda el concepto de naturaleza humana que él abraza, aquel fundado en ideas de Aristóteles, pero ni siquiera hemos discutido al respecto y menos dice qué afirmación mía demostraría esa ignorancia implícita —al menos en su imaginación—. Una lástima. Es como que yo diga: 'dificulto que Jorge Peña entienda cálculo diferencial, el sistema de separación y equilibrio de poderes y la teoría de la evolución'.

Eso de suponer de antemano ignorancia en otra persona habla bastante de él, de su personalidad y de su técnica argumentativa. Quizás crea también que yo peco de 'ignorancia culpable', lo que sería algo grave para su sistema de pensamiento. ¡Dios y su infinita misericordia me salve!

Una de las más geniales operaciones político-intelectuales que se haya forjado en los últimos miles de años es la que hizo, en gran medida, Tomás de Aquino, quien concilió ideas centrales de uno de los más grandes genios de nuestra civilización —Aristóteles— con las ideas y tradición de la Iglesia Católica. Esto les ha permitido a los católicos, una y otra vez, y en diferentes discusiones —y tal como lo hace Peña ahora—, catalogarse de 'aristotélicos' antes que de católicos, una jugada retórico-política magistral.

Se entiende la olímpica mariguanza, pero ahora no había para qué. Además, hay muchas ideas de Aristóteles, Platón, Locke, Darwin, Stuart Mill o el Chuña que, además de erradas, a nadie le tienen por qué importar y menos abrazar. Menos aún ahora, cuando lo que estamos pidiendo es otra cosa: que nos explique por qué insulta a otras personas por hacer análisis sociológicos. Guardando las proporciones, luego de ver las 'donaciones' y los miles de otros giros lingüísticos de Giorgio Jackson y sus amigos, quizás luego empecemos a escuchar cómo estos se catalogan hijos de Einstein o, por qué no, de Aristóteles.

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Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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