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El sur, el fuego, el giro Publicado en El Libero, 07.02.2017

El sur, el fuego, el giro

Verano. Buena época para escaparse al sur de Chile, visitar los lagos y recorrer los canales chilotes. ¿Corresponde tomar vacaciones, disfrutar los días, hundirse en la lectura de entretenidos libros y ser algo frívolo mientras continúan los incendios forestales en nuestro país? Desde algunos puntos de Chile uno pierde el acceso a internet, la radio y la TV, y desaparece el resto del mundo. Sólo lo rodean a uno el océano, los lagos, las montañas o los bosques y el deseo de que en esas semanas en que uno desaparece del mapa nada malo ocurra a familiares y conocidos. Pero está también la tragedia nacional del fuego, que uno no puede olvidar ni apartar.

Una pichanga de fútbol con amigos a orillas del lago Ranco, una pasada por la tradicional caleta Angelmó y al famoso restaurante Pa’ mar adentro, el espectacular cruce a Chiloé, la obligada visita a los palafitos de Castro, que gradualmente se van convirtiendo en cafés y hoteles boutique, con una pausa en el agradable café Palafito Patagonia a degustar su pastelería. También una conversación con  el arquitecto Edward Rojas, Premio Nacional de Arquitectura, quien nos cuenta con entusiasmo sus nuevos proyectos de rescate y conservación del patrimonio cultural chilote, y un encuentro con amigos que nos invitan a sus casas, invitaciones imposibles de aceptar porque necesitaríamos pasar mucho tiempo en Chiloé.

Por las tardes, junto a los canales chilotes o en la profundidad de los fiordos continentales, aprovechamos de leer los libros que trajimos en el Kindle. Leer es otra forma de viajar. Leer en medio de un viaje es una suerte de escritura sobre la escritura, lo dicen de una u otra forma Michel Onfray y Claudio Magris. Navegar entre las maravillosas islas del archipiélago de Chiloé es asimismo un nexo con el inicio de la novela, del relato, una aproximación al prolongado viaje de Ulises entre otras islas, a su deseo de regresar a su Itaca, su mujer, su familia y su reino. Viajar por los canales chilotes es volver a los viajes que describen Homero, Cristóbal Colón, Daniel Defoe, Julio Verne, Josef Conrad y, en nuestra región, Francisco Coloane. Leer es viajar. La Odisea es el relato de un viaje. El relato se une al viaje y surge del viaje. El que viaja, cuenta, y más cuenta aun el que regresa.

En Quemchi no hay que perderse la visita al museo en homenaje a Francisco Coloane. Su verdadera casa, que estaba en Huite, a unos kilómetros, se la llevó el terremoto de 1960. Sin embargo, el museo recrea el modesto medio y el estremecedor paisaje en que creció el gran escritor chileno. Es un gran esfuerzo el que realizaron las autoridades y la comunidad chilota para rescatar y preservar la memoria del autor de Tierra del Fuego y El último grumete de la Baquedano. Tuve el privilegio de conocer en sus últimos años a este gigante (también de la literatura) de cabellera blanca y hablar pausado, y de conseguir la dedicatoria en algunos de sus libros. Aquí, a esta altura, estaba la puerta del mundo que tan bien describió.

Avanzo en un interesante libro de Stephen Greenblatt, El Giro, que narra la forma en que fueron rescatadas las obras de la antigüedad clásica griega y romana. Fueron monjes copistas de los papiros, y gente que vio en su rescate la posibilidad de conservar la cultura y/o hacer un buen negocio, quienes permitieron que esas obras no se perdieran. Fue una extraña y productiva cooperación: el celo del amante del pasado y la ambición del comerciante a la caza de oportunidades rentables. Sin ellos, quizás nada o muy poco sabríamos de Epicuro o Virgilio.

Seguimos navegando por zonas donde no hay señal, zonas que lucen como cuando arribaron los conquistadores, Charles Darwin o los inmigrantes europeos, una época en que estas tierras estaban aisladas del resto del planeta. Hoy, en cualquier plaza de ciudad o pueblo chilote, uno ve a jóvenes que, celular en mano, vistiendo jeans, parka y zapatillas, se comunican con amigos y familiares que tal vez están a miles de kilómetros.

De alguna manera esos jóvenes plantean otro gran desafío que tiene Chile: ¿cómo llevar la modernidad a esos territorios remotos sin que pierdan su valor en relación con nuestra identidad y desaprovechen su potencial turístico y económico? ¿Cómo integrar a esa parte al país moderno y posibilitar asimismo que sus habitantes disfruten de las oportunidades para el desarrollo personal que tienen los que viven en zonas urbanas? ¿O se debe condenar a sus habitantes a ser parte de un paisaje social y humano detenido en el tiempo para beneficio de quienes vienen de las grandes ciudades en busca del paisaje originario y el ser humano aislado del mundo, como ocurría hace treinta o cincuenta años?

 

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Las opiniones expresadas en la presente columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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