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El miedo a los ciudadanos Publicado en El Líbero, 28.01.2017

El miedo a los ciudadanos

Los incendios nuevamente azotan nuestro país, un escenario bastante habitual en esta época del año, pero que en esta ocasión han sido de una magnitud nunca antes vista. Se ha acusado a las autoridades y a la CONAF de un mal manejo del desastre, de no contar con la preparación necesaria, y de entorpecer la llegada de la ayuda ofrecida por los privados. Ese contexto ha sido el propicio para la chimuchina de la que tanto disfrutamos los chilenos: información falsa en las redes sociales, acusaciones de aprovechamiento político entre bandos opositores, y en general, el morbo que causan las grandes catástrofes. Un paisaje desolador y francamente patético.

"estamos ante un aparato burocrático sumamente desactualizado, que no considera a sus ciudadanos como parte de la solución a problemas que nos afectan a todos."

Pero nadie parece preocuparse de lo realmente grave en todo esto: estamos ante un aparato burocrático sumamente desactualizado, que no considera a sus ciudadanos como parte de la solución a problemas que nos afectan a todos. Esta supuesta falta de confianza ha dificultado cualquier intento de ayuda de las diversas instituciones particulares, que solo buscan aportar su granito de arena en el manejo de las diversas calamidades que nos aquejan.

Vayamos un poco más allá. ¿No será que el Estado –y quienes lo administran– se siente amenazado ante la eficiencia de la sociedad civil organizada y por eso no la considera? Una de las cosas que justifica la existencia misma del aparato estatal es buscar soluciones a los grandes problemas internos que nos aquejan, como los desastres naturales a los que ya estamos acostumbrados, por lo que de ser efectivo el aporte ciudadano, nuestras autoridades quedarían ante todo Chile –y con justa razón– como ineptas, ineficientes, en suma, como parte del problema y no de la solución. Se dejaría en evidencia que la burocracia no tiene la capacidad ni la preparación para afrontar la labor por la cual se les paga –de nuestro bolsillo– su sueldo a final de cada mes. La existencia de problemas públicos justifica la pega del burócrata, por lo que no es extraño que este se espante si al ruedo de las soluciones a dichos problemas, la sociedad civil se presenta como un sector más eficiente.

Lamentablemente, es tal el convencimiento ideológico de nuestra autoridad, que no le permite ver a los privados como aliados en el progreso de nuestro país, si no que la tiene por el más peligroso de los enemigos, como aquel capaz de ponerlos en absoluto ridículo a la hora de reaccionar, organizarse y aportar –la Teletón, Bomberos, y el super tanker, son solo algunos ejemplos–, ya que desde el prisma proteccionista es inaceptable que los ciudadanos se asocien voluntariamente fuera del paraguas de papi Estado. Solo el día que cambiemos de mentalidad, podremos vanagloriarnos nuevamente de ser el país ejemplar de Latinoamérica, porque así, estamos muy lejos de serlo.

A Chile le urge más que nunca la modernización de su anquilosado Estado. Hoy, el Leviatán adopta la forma de un héroe todo poderoso capaz de solucionar todos nuestros males, que no considera el solidario accionar de sus súbditos. Pero no debemos caer en ese juego, Chile no necesita burócratas con aires de grandeza, Chile necesita apagar el incendio.

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Las opiniones expresadas en la presente columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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