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Abandonar Chile Publicado en El Mercurio, 03.05.2016

Abandonar Chile

imagen autor Autor: Axel Kaiser

Probablemente nada en nuestro país cae peor que decir las cosas por su nombre. Existe algo así como una porfiada programación cultural al lenguaje poco claro y la cosa ladina, como si decir la verdad de frente fuera una falta de respeto. Exagerado o extremista son algunas de las calificaciones que caen a aquellos que osan manifestar con claridad lo que ven.

Recientemente, Hernán Büchi dijo que en Chile no había seguridad jurídica y que abandonaba el país. El ministro Burgos acusó a Büchi de hablar "sandeces". ¿Tiene razón el ministro, o es más bien él quien está fuera de lugar al sugerir que en Chile lo fundamental camina bien? Veamos. Tenemos un movimiento terrorista que abarca tres regiones, vinculado con las FARC colombianas, una de las guerrillas más sangrientas y criminales del mundo, e incentivado por una ley indígena grotesca que paga con los recursos de todos nosotros a quienes destruyen propiedad ajena.

Los ataques son más graves día a día, y ningún gobierno ha querido resolver el problema. Peor aún, diversos políticos, además de legiones de intelectuales de izquierda, se han prestado para avalar y justificar el terrorismo. La verdad, y el ministro Burgos lo sabe perfectamente, es que el Estado de Derecho se encuentra completamente pulverizado en las regiones del sur. Pregúntele a cualquiera que viva allá, y le dirá que Büchi se quedó corto en su descripción de la realidad.

Pero el Estado de Derecho también está entrando en crisis en el resto del país. Fuera de la delincuencia común ya casi sin control, con este gobierno llegó al poder un grupo que se comportó igual que una mafia, usando todo lo que estaba a su alcance para cargarse a sus oponentes.

La vergüenza más grande hoy es el Servicio de Impuestos Internos, que se ha convertido en una verdadera policía política para perseguir opositores al régimen, mostrando un doble estándar impresentable en materia de persecución penal según si la persona es amiga del régimen o no lo es. Este es un clásico síntoma de los populismos autoritarios que se observan en el resto de América Latina.

En materia económica hemos logrado destruir en dos años de gobierno socialista buena parte de lo construido en décadas de gobiernos moderados, generando una incertidumbre no vista desde tiempos de la Unidad Popular. Lo que caracteriza a los países responsables, dijo Alejandro Foxley en una entrevista en 2001 refiriéndose a su rol como ministro de Hacienda de la transición, es que no parten de cero. Pues bien, hoy tenemos un gobierno demagogo y toda una clase de intelectuales que quieren hacer tabula rasa para concentrar cada vez más poder en sus manos.

La reforma tributaria es un mamarracho que nos ha dejado con uno de los sistemas de tributación más idiotas de la OCDE, por usar el concepto que aplicó un conocido economista de la plaza.

La reforma educacional es otro desastre que aniquiló la libertad de elegir de los padres por razones ideológicas, y hará retroceder fuertemente la calidad educacional al pasársela a un Estado integrado por burócratas que ni siquiera son capaces de hacer bien un puente, como muestra el patético caso del Cau Cau.

La reforma laboral es un proyecto económicamente demencial que busca traspasar un enorme poder a los sindicatos y, así, indirectamente, al Partido Comunista. El costo será un aumento explosivo del desempleo y una caída de los salarios producto de lo que será uno de los sistemas sindicales más regresivos y conflictivos del mundo.

La coronación de todo este delirio refundacional es la nueva Constitución. Con ese proyecto Chile se certifica en su calidad de país bananero, pues no tiene otro nombre el creer que una nueva Constitución va a resolver uno solo de los problemas que más aquejan a los chilenos. Pero lo que sí hará, no se equivoque en esto, es avanzar decisivamente en la destrucción de lo que tenemos. ¿O usted cree que la izquierda que impulsa el proyecto realmente quiere una "casa para todos"?

¿Qué tan ingenuo se puede ser para pensar que los mismos que pasaron la retroexcavadora con ese ideologismo añejo y odioso que los caracteriza, ahora sí que quieren hacer algo para unir a los chilenos? La propuesta de una nueva Constitución va en la línea ideológica autoritaria que han seguido otros regímenes populistas de la región, y lo que salga será, sin duda alguna, mucho peor que lo que existe hoy. ¿O usted cree que las críticas al Tribunal Constitucional y su rol de garante del orden jurídico son pura coincidencia?

Cualquiera con un mínimo de conocimiento sobre nuestra historia y el alma de la izquierda debiera entender que el proceso de demolición -"refundación" lo llaman ellos- de Chile está recién comenzando y que habrá legiones de tontos útiles disponibles para avalarlo. Pero tal vez lo peor es que, salvo excepciones, no se ve un liderazgo empresarial realmente dispuesto a dar la pelea en serio ni una clase política transversal determinada a parar esta locura.

¿Significa eso que Chile está irremediablemente perdido? Para nada. Todavía podemos dar un golpe de timón y cambiar la dirección del barco si se suman con determinación aquellos que hoy se conforman en quejarse en reuniones sociales de lo mal que va el país. Dicho eso, cualquier persona sensata que tenga la posibilidad de tener un pie afuera por si Chile termina cayendo al abismo populista debiera tenerlo. No hay nada honorable en hundirse en un barco del cual se pudo escapar a tiempo. Lo deshonroso es no haber hecho todo lo posible por rescatarlo mientras se pudo.

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Las opiniones expresadas en la presente columna son de exclusiva responsabilidad de los autores y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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