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Chile y el eterno retorno Publicado en El Líbero, 19.04.2016

Chile y el eterno retorno

 Uno nota que va acumulando años cuando constata cómo se repiten ciertos ciclos en la vida. Hay ciclos y ciclos, desde luego, unos largos, otros cortos, unos fruto de la innovación y creatividad, por un lado, otros del dogmatismo y la falta de imaginación, por otro. Si bien los ciclos largos aparecen como tales más bien ante los mayores o la tercera edad, ante los adolescentes y jóvenes pueden emerger como manifestaciones novedosas y originales.

De partida, me pregunto cuántas veces he visto desastres en Chile por causa de lluvias, lluvias que en otros países, por simple pluviométrica, no quedan en la memoria de nadie, pero que aquí dejan hitos y tragedias, devienen desastres. Es cierto, esta última inundación en Santiago es de nuevo tipo por motivos kafkianos, pero me recuerda innumerables otras lluvias con inundaciones aparejadas, lluvias que conocí en Santiago, Viña del Mar o Valparaíso. Su característica esencial: a juzgar por el impacto humano y material, pareciera que nunca antes hubiese llovido en la zona afectada.

Sin embargo (aunque se trata de un “ciclo corto”), ya hasta los jóvenes intuyen que esto es pan de cada año, a menos que tengamos sequía. Ellos ya imaginan que el drama se seguirá repitiendo hasta que sean viejos. Tal vez hay sólo dos grandes tipos de países en el mundo: aquellos que aprenden de sus experiencias, y aquellos que no. Los del primer grupo son los que progresan y prosperan. Los del segundo comienzan siempre de nuevo, de cero, están atestados de refundadores y calles y monumentos en su honor.

Algo parecido -aunque de carácter muy diferente- ocurre en la moda. Con el paso de los años uno va viendo cómo el ciclo del pelo largo desemboca en uno de pelo corto, el de la ropa ajustada en la holgada, los vestidos largos en los cortos, los zapatos puntiagudos en los anchos, en fin. Conozco a un suizo, mayor y austero, que sigue la moda de las corbatas y chaquetas simplemente sacando del closet las prendas viejas que vuelven a coincidir con lo que está “in”, como decían antes. Es el eterno retorno de los estoicos y Nietzsche.

También pasa algo semejante con el ciclo del precio del cobre. Algunos jóvenes quedan obnubilados con el discurso, supuestamente original, que desempolvan estos días algunos políticos sobre la necesidad de diversificar nuestras exportaciones para no depender de los altibajos del metal. Corren con la propuesta con la velocidad de La Venganza, la estupenda escultura de Ernst Barlach, corren como si fuesen el heraldo de un descubrimiento de último minuto. Sospecho que en cuanto se recupere el precio, correrán a promover el gasto populista. A oídos jóvenes la propuesta puede sonar genial y novedosa; alguien mayor, en cambio, tiende a preguntarse cuántas veces ha vivido el mismo ciclo y oído la misma retórica. Ya sabemos: lo más probable es que sigamos dependiendo del cobre hasta que -como en el caso del salitre- seamos los últimos en depender de él.

Este deja vù lo sufro también al ver a políticos que hacen gala del discurso revolucionario sesentero, y de una gesticulación que conocí en la Cuba de los 1970, todo esto ensalzado con barba y melena a lo Che Guevara. Esta moda ya la vi en mi juventud, me digo, o yo mismo la seguí, debo admitirlo. Conozco esa simbología al dedillo: melenas y barbas como el “guerrillero heroico”, boina, bototos, ceño fruncido y rostro adusto por las injusticias del planeta, puño en alto, pose guerrillera, discurso de redención popular, paternalismo. Son idénticos a los que conocí en los 1970, aunque los actuales portan iPhone y también iPad, y pertenecen al 5% de mayores ingresos, y “el pueblo” que dicen representar tiene un acceso al consumo, el bienestar, la información y el control de la elite inimaginables para “las masas” de 1970.

Cuesta concebir que en medio de un mundo que transforman vertiginosamente las nuevas tecnologías, impulsadas y manejadas por veinteañeros en Estados Unidos principalmente, en Chile prosperen el retrogresismo, este back to the past, esta obsesión por convertir a Chile en un parque temático político.Sorprende que esto tenga lugar incluso mientras el régimen comunista de Vietnam promueve la economía de mercado, y el de Cuba intenta frenar a jóvenes sin dogmas y a emprendedores que sueñan con un futuro sin partido único ni estado represivo. Me temo que cuando el pueblo cubano descuelgue el gran retrato del Che Guevara en la Plaza de la Revolución de La Habana (sabemos que ocurrirá), más de algún nostálgico guevarista chileno propondrá colgarlo en la Alameda.

Podría continuar mencionando fenómenos que a los ojos de los más jóvenes pueden parecer novedosos, y que a los ojos de quienes tenemos más años son simplemente la reiteración de etapas pasadas, pero daría para mucho. Por lo pronto seamos modestos y preparémonos para el próximo frente de lluvia que está por llegar y tal vez por (esperemos que no) echar a andar de nuevo la rueda del eterno retorno.

 Uno nota que va acumulando años cuando constata cómo se repiten ciertos ciclos en la vida. Hay ciclos y ciclos, desde luego, unos largos, otros cortos, unos fruto de la innovación y creatividad, por un lado, otros del dogmatismo y la falta de imaginación, por otro. Si bien los ciclos largos aparecen como tales más bien ante los mayores o la tercera edad, ante los adolescentes y jóvenes pueden emerger como manifestaciones novedosas y originales.

De partida, me pregunto cuántas veces he visto desastres en Chile por causa de lluvias, lluvias que en otros países, por simple pluviométrica, no quedan en la memoria de nadie, pero que aquí dejan hitos y tragedias, devienen desastres. Es cierto, esta última inundación en Santiago es de nuevo tipo por motivos kafkianos, pero me recuerda innumerables otras lluvias con inundaciones aparejadas, lluvias que conocí en Santiago, Viña del Mar o Valparaíso. Su característica esencial: a juzgar por el impacto humano y material, pareciera que nunca antes hubiese llovido en la zona afectada.

Sin embargo (aunque se trata de un “ciclo corto”), ya hasta los jóvenes intuyen que esto es pan de cada año, a menos que tengamos sequía. Ellos ya imaginan que el drama se seguirá repitiendo hasta que sean viejos. Tal vez hay sólo dos grandes tipos de países en el mundo: aquellos que aprenden de sus experiencias, y aquellos que no. Los del primer grupo son los que progresan y prosperan. Los del segundo comienzan siempre de nuevo, de cero, están atestados de refundadores y calles y monumentos en su honor.

Algo parecido -aunque de carácter muy diferente- ocurre en la moda. Con el paso de los años uno va viendo cómo el ciclo del pelo largo desemboca en uno de pelo corto, el de la ropa ajustada en la holgada, los vestidos largos en los cortos, los zapatos puntiagudos en los anchos, en fin. Conozco a un suizo, mayor y austero, que sigue la moda de las corbatas y chaquetas simplemente sacando del closet las prendas viejas que vuelven a coincidir con lo que está “in”, como decían antes. Es el eterno retorno de los estoicos y Nietzsche.

También pasa algo semejante con el ciclo del precio del cobre. Algunos jóvenes quedan obnubilados con el discurso, supuestamente original, que desempolvan estos días algunos políticos sobre la necesidad de diversificar nuestras exportaciones para no depender de los altibajos del metal. Corren con la propuesta con la velocidad de La Venganza, la estupenda escultura de Ernst Barlach, corren como si fuesen el heraldo de un descubrimiento de último minuto. Sospecho que en cuanto se recupere el precio, correrán a promover el gasto populista. A oídos jóvenes la propuesta puede sonar genial y novedosa; alguien mayor, en cambio, tiende a preguntarse cuántas veces ha vivido el mismo ciclo y oído la misma retórica. Ya sabemos: lo más probable es que sigamos dependiendo del cobre hasta que -como en el caso del salitre- seamos los últimos en depender de él.

Este deja vù lo sufro también al ver a políticos que hacen gala del discurso revolucionario sesentero, y de una gesticulación que conocí en la Cuba de los 1970, todo esto ensalzado con barba y melena a lo Che Guevara. Esta moda ya la vi en mi juventud, me digo, o yo mismo la seguí, debo admitirlo. Conozco esa simbología al dedillo: melenas y barbas como el “guerrillero heroico”, boina, bototos, ceño fruncido y rostro adusto por las injusticias del planeta, puño en alto, pose guerrillera, discurso de redención popular, paternalismo. Son idénticos a los que conocí en los 1970, aunque los actuales portan iPhone y también iPad, y pertenecen al 5% de mayores ingresos, y “el pueblo” que dicen representar tiene un acceso al consumo, el bienestar, la información y el control de la elite inimaginables para “las masas” de 1970.

Cuesta concebir que en medio de un mundo que transforman vertiginosamente las nuevas tecnologías, impulsadas y manejadas por veinteañeros en Estados Unidos principalmente, en Chile prosperen el retrogresismo, este back to the past, esta obsesión por convertir a Chile en un parque temático político. Sorprende que esto tenga lugar incluso mientras el régimen comunista de Vietnam promueve la economía de mercado, y el de Cuba intenta frenar a jóvenes sin dogmas y a emprendedores que sueñan con un futuro sin partido único ni estado represivo. Me temo que cuando el pueblo cubano descuelgue el gran retrato del Che Guevara en la Plaza de la Revolución de La Habana (sabemos que ocurrirá), más de algún nostálgico guevarista chileno propondrá colgarlo en la Alameda.

Podría continuar mencionando fenómenos que a los ojos de los más jóvenes pueden parecer novedosos, y que a los ojos de quienes tenemos más años son simplemente la reiteración de etapas pasadas, pero daría para mucho. Por lo pronto seamos modestos y preparémonos para el próximo frente de lluvia que está por llegar y tal vez por (esperemos que no) echar a andar de nuevo la rueda del eterno retorno.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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