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El liberal en busca de sentido Fundación para el Progreso (FPP) - Junio 2019

El liberal en busca de sentido

imagen autor Autor: María Blanco

Corren tiempos convulsos para el liberalismo. A la tradicional diferencia entre liberal y libertario[1], que simplemente pretende señalar la mayor o menor aceptación de la interferencia estatal, desde un mínimo hasta llegar a la intolerancia absoluta, que a menudo han generado ruido en la conversación social, hay que añadir los abusos en la retórica política de muchos líderes, por ejemplo, europeos. A medida que el Viejo Continente se polariza hacia la extrema izquierda, de un lado, y la derecha más radical, del otro, los partidos convencionales, cuando quieren ocupar el centro, o aparecer como una opción neutral, se cuelgan la etiqueta de “liberales”, jugando, además, con el doble sentido que esta palabra tiene en Estados Unidos y en Europa.

En España, por ejemplo, en la pasada campaña electoral, con la excepción de la ultra izquierda de Podemos y los nacionalistas catalanes y vascos, todos los demás partidos se han presentado como liberales, sea en aspectos sociales, en el terreno económico, un poco en cada ámbito, o simplemente, en general, como el presidente socialista, Sánchez, quien afirmó que él era liberal, sin dar más pistas. Y, lo mejor, es que ninguno mentía: algo raro en un político en campaña electoral. Efectivamente, cada uno de ellos mostraba una pequeña esquina, la más conveniente, de las políticas que el pensamiento liberal propone.

Sin embargo, cuando se apagan las luces y la música cesa, los mismos que ayer ondeaban la bandera del liberalismo, fuera lo que fuera lo que querían decir, suelen cambiar su estrategia. Los perdedores, decididos a ganar en las calles lo que no lograron con votos, reclaman aumentar el gasto público, más intervención y regulación por parte del Estado. Los ganadores, bien para lograr pactar con el socio más conveniente, sea para lograr la aprobación del Parlamento, planifican aumentos de gastos y de impuestos. Y, desde ese momento, el liberalismo se convierte en la razón de todos los males. Vuelve la incomodidad que produce el liberalismo desde tiempos inmemoriales.

Últimamente, a las críticas que tradicionalmente provenían del lado de la izquierda, hay que sumar el renacimiento de un aparentemente renovado “comunitarismo conservador”. Pero sólo aparentemente. Porque detrás de las nuevas vestiduras, están las ideas de siempre: el liberalismo es sinónimo de individualismo radical, de consumismo exacerbado, de entes sociales sin conciencia de comunidad. En palabras de Patrick Deneen, autor de ¿Por qué ha fracasado el liberalismo?, el liberalismo encierra la semilla de su destrucción. Karl Marx también consideraba que el capitalismo encierra la semilla de su autodestrucción: las grandes corporaciones que lideran procesos de producción mecanizados generarían la alienación del obrero, pero también del empresario-propietario tradicional. Para Deneen y los neo-comunitaristas de derecha, el liberalismo lleva al olvido la naturaleza social del ser humano. Solamente una escasa lectura y una mala digestión de lo leído puede explicar esta sesgada interpretación.

"el liberalismo es el chivo expiatorio de todos los males de la humanidad."

En primer lugar, reclamo, como el profesor Alberto Mingardi en su último libro, La verità, vi prego, sul neoliberismo (Marsilio, 2019), dejar de atribuir significados acomodaticios acerca de qué es el liberalismo, o el neoliberalismo[2]. “La construcción de un espacio protegido de la interferencia política, una zona en la que nadie pueda violar la autonomía personal, no es un proyecto fácil”, afirma el autor. Así es. Pero tampoco es una empresa que vaya a poner en peligro la supervivencia de la especie humana, capaz de provocar el cambio climático, las crisis económicas más terribles o el triunfo del reggaeton. Y, sin embargo, ya ven. En los diarios, en los discursos del Papa argentino, de candidatos presidenciales, directores de cine, artistas y personajes de todos los pelajes, el liberalismo es el chivo expiatorio de todos los males de la humanidad.

En segundo lugar, comparto el planteamiento de Deirdre McCloskey, historiadora económica, cuando afirma que nos encontramos en un momento de transición, el liberalismo del siglo XXI es un liberalismo que vuelve la vista a sus raíces, y regresa al presente con rostro humano[3]. Este “liberalismo humano” o 2.0, como ella lo denomina, parte del análisis y asunción de la naturaleza humana como punto de partida. Destrona, de nuevo, la idea del individualismo egoísta anti-social al recordar que el altruismo, la preocupación por el otro, las emociones, en fin, todo aquello que forma parte de la naturaleza humana, caben dentro del liberalismo. Evidentemente.

Desde mi punto de vista, hay un aspecto que se suele olvidar respecto a la defensa de la libertad individual, y que explica la insatisfacción de los críticos. Se trata de la responsabilidad. Somos responsables de nuestros actos. Pero también lo somos de nuestras omisiones: aquello que callamos, aquello que no hacemos, también tienen consecuencias de las que nos tenemos que hacer cargo. Dice McCloskey: “Bajo el High Liberalism, igual que bajo la jerarquía feudal, o el capitalismo de amigotes (o compadres), o el nacionalismo fascista, o la reacción conservadora, o innumerables regímenes iliberales, parece que yo tengo derecho a tener una libertad especial para regular, a través del monopolio de la violencia del gobierno, tu comportamiento, de manera beneficiosa para mí”. Si este tipo de liberalismo no es el que defiendo y me callo, no lo denuncio, lo justifico, bien porque creo que hay un mal mayor, o por cualquier otra razón, yo soy cómplice de la degeneración del liberalismo. Porque lo realmente difícil es asumir la responsabilidad de vivir ejemplarmente, dentro de la imperfección que nos hace humanos, pero con el firme propósito y la humildad que todo esto implica. Es mucho más fácil leer la biblioteca de la libertad y memorizar los principios libertarios en prosa y en verso. Y, además, es mucho más retributivo, porque escalas a la categoría de “intelectual”. Y eso siempre engorda el ego, pero sólo eso. Porque un intelectual cobarde, pretencioso, que no hace lo que predica, no sirve para nada bueno. Al revés, es la manzana podrida que contamina el cesto entero.

Vende mucho más el miedo, la imposición de la virtud y atacar al liberalismo. La gente prefiere no pensar y, especialmente, no posicionarse si no es por un mandato superior. Delegar la responsabilidad siempre permite echarle la culpa al otro de todo lo que suceda. Es el pánico moral al individuo como pandemia.

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Bibliografía:

[1] En todo el artículo emplearé como sinónimos liberal y libertario por razones de fluidez en el texto. Yo me considero más libertaria que liberal. Pero, en el contexto del artículo, la no diferenciación es perfectamente coherente.

[2] Es posible que se produzca un alineamiento planetario y se traduzca convenientemente el libro del profesor Mingardi. Sería un logro para el mundo hispanoparlante.

[3] Está anunciada para 2019 la publicación de Humane True Liberalism.

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María Blanco (autora invitada) es Doctora en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Complutense de Madrid y profesora de Teoría Económica, Historia del Pensamiento Económico e Historia Económica en la Universidad CEU San Pablo. Autora de los libros Afrodita desenmascarada. Una defensa del feminismo liberal Las tribus liberales. Una deconstrucción de la mitología liberal.

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Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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