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Charlie, Snoopy y la Sara Publicado en El Mercurio, 07.03.2016

Charlie, Snoopy y la Sara

Mi hija menor es intelectualmente inquieta y socialmente comprometida. Por sus actividades, vive expuesta a la propaganda oficial que la bombardea en distintos formatos, tratando de generarle sentimientos de culpa y pudor por lo que tiene su familia y lo que puede lograr con su educación.

La última versión de este fenómeno es un cuentito que le llegó por Facebook y que ella, con sonrisa maliciosa, me lo mostró para ver mi reacción, porque sabe que en este estado de crispación política prendo con agua.

El cuentito completo, junto con otros de similar "inteligencia y profundidad", se puede encontrar en "economiatodos.cl", pero puede resumirse así: Charlie es heredero del dueño de la fábrica Brown y Snoopy es hijo de un obrero de la fábrica. Ambos están predestinados a seguir con la obra de sus padres y, dada la herencia de uno y la diferente educación entre ambos, están condenados a perpetuar la desigualdad heredada. A medio camino, Snoopy tiene una brillante idea para un negocio, que lo puede sacar de su condición, pero no obtiene el financiamiento del avaro de Charlie para desarrollarla, lo que lo condena a repetir la vida de pobreza de su padre.

Le conté que los nazis antes de matar a sus enemigos los deshumanizaban, así les facilitaban la tarea a sus secuaces: no mataban un ser humano, sino un objeto maligno. Lo mismo ocurre con la propiedad; antes de robarla hay que deslegitimarla y desprestigiar al dueño. Si Charlie no se merece lo que tiene, es un imperativo moral quitárselo. Este cuentito, intelectualmente pueril, pero filosóficamente perverso, persigue exactamente eso.

Le expliqué que si ella o sus amigos creen que gracias a heredar algo de sus padres y a la educación que recibieron tienen el futuro asegurado y que no necesitan esforzarse y trabajar duro en su vida, estaban equivocados. Solo en el pimpón la herencia no se pierde. La eventual ventaja con que parten por su educación, sin esfuerzo dura poco en un mercado laboral competitivo. Basta que mire a sus compañeros de curso, para ver que, con similar educación, a unos les irá mejor que a otros. A su vez, la herencia -si hay alguna- les va a llegar a los nietos y no a ellos porque los padres cada vez viven más. Si no, mire al príncipe Carlos, que lleva una vida esperando ser rey.

Ahora bien, el cuento tiene tres errores obvios y muy comunes. Primero, pensar que existe relación causal entre la riqueza de Charlie y la pobreza de Snoopy. La riqueza no es un cofre con oro; un stock inerte que se distribuye entre Charlie y Snoopy, en que lo que recibe uno se lo quita al otro, sino que un flujo frágil y volátil que se crea o destruye diariamente. Para crecer, la riqueza demanda del esfuerzo de ambos y de un ambiente legal, económico y político confiable donde florecer. Crear riqueza es un misterio insondable para el autor del cuentito, porque los suyos no son pródigos en crearla, sino especialistas en codiciar la ajena y quitársela a otro.

Charlie tampoco tiene asegurado el futuro por una fábrica que en mercados abiertos está constantemente amenazada por la obsolescencia y la competencia. Charlie tendrá que trabajar duro, innovar e invertir para mantener su fábrica a flote; si no, acuérdese de nuestra industria textil o de Blockbuster.

Finalmente en economías libres con mercado de capitales, Snoopy tiene muchas alternativas de financiamiento para sus sueños empresariales. Los buenos proyectos en buenas manos siempre tendrán financiamiento. Snoopy, solo en economías estatistas, tiene escrito en piedra su destino. Cuando el mercado y no el Estado asigna recursos, serán su talento e ideas los que definirán su éxito y no el pituto con el gobernante de turno. El mercado asigna riqueza por mérito; los políticos asignan la riqueza del Estado por votos (bono marzo), lobby (CUT) o influencia (CRUCh).

Lo esperanzador es que cuando le di la mala noticia a mi hija que no iba a heredar y que su ventaja educacional le iba a durar poco si no se esforzaba, se puso feliz, porque a nuestros jóvenes todavía les gusta conquistar su éxito y no que se lo regalen.

Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan las de Fundación para el Progreso, ni las de su Directorio, Senior Fellows u otros miembros.

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